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Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob

Evangelio del día

Lectura 1
Grita al Señor, laméntate, Sión 
Lectura del libro de las Lamentaciones 2,2. 10-14. 18-19 

El Señor destruyó sin compasión 
todas las moradas de Jacob; 
con su indignación demolió 
las plazas fuertes de Judá; 
derribó por tierra, deshonrados, 
al rey y a los príncipes. 
Los ancianos de Sión se sientan 
en el suelo silencioso, 
se echan polvo en la cabeza 
y se visten de sayal; 
las doncellas de Jerusalén 
humillan hasta el suelo la cabeza. 
Se consumen en lágrimas mis ojos, 
de amargura mis entrañas; 
se derrama por tierra mi hiel, 
por la ruina de la capital de mi pueblo; 
muchachos y niños de pecho 
desfallecen por las calles de la ciudad. 
Preguntaban a sus madres: 
¿dónde hay pan y vino?, 
mientras desfallecían, como los heridos, 
por las calles de la ciudad, 
mientras expiraban en brazos de sus madres. 
¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, 
ciudad de Jerusalén? 
¿A quién te compararé, para consolarte, 
Sión, la doncella? 
Inmensa como el mar es tu desgracia: 
¿quién podrá curarte? 
Tus profetas te ofrecían visiones 
falsas y engañosas; 
y no te denunciaban tus culpas 
para cambiar tu suerte; 
sino que te anunciaban visiones 
falsas y seductoras. 
Grita con toda el alma al Señor, 
laméntate, Sión; 
derrama torrentes de lágrimas 
de día y de noche; 
no te concedas reposo, 
no descansen tus ojos. 
Levántate y grita de noche, 
al relevo de la guardia; 
derrama como agua tu corazón 
en presencia del Señor; 
levanta hacia él las manos 
por la vida de tus niños, 
desfallecidos de hambre 
en las encrucijadas.

Salmo
Sal 73, 1-2. 3-4. 5-7. 20-21 
R. No olvides sin remedio la vida de tus pobres. 

¿Por qué, oh Dios, nos tienes siempre abandonados, 
y está ardiendo tu cólera contra las ovejas de tu rebaño? 
Acuérdate de la comunidad que adquiriste desde antiguo, 
de la tribu que rescataste para posesión tuya, 
del monte Sión donde pusiste tu morada. 

Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio: 
el enemigo ha arrasado del todo el santuario. 
Rugían los agresores en medio de tu asamblea, 
levantaron sus propios estandartes. 

En la entrada superior 
abatieron a hachazos el entramado; 
después, con martillos y mazas, 
destrozaron todas las esculturas; 
prendieron fuego a tu santuario, 
derribaron y profanaron la morada de tu nombre. 

Piensa en tu alianza: que los rincones del país 
están llenos de violencias. 
Que el humilde no se marche defraudado, 
que pobres y afligidos alaben tu nombre.

Evangelio
Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob 
Lectura del santo Evangelio según San Mateo 8,5-17 

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: 
- Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho. 
Jesús le contestó: 
- Voy yo a curarlo. 
Pero el centurión le replicó: 
- Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le dijo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace. 
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: 
- Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. 
Y al centurión le dijo: 
- Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído. 
Y en aquel momento se puso bueno el criado. 
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles. 
Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».

Comentario del Papa Francisco
En Israel no he encontrado tanta fe. ¿En quién ponemos nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Cuando está Dios en nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo. ¿Estás dispuesto a entrar en esta onda de la revolución de la fe?