En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
- Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.
Jesús le contestó:
- Voy yo a curarlo.
Pero el centurión le replicó:
- Señor, no soy quién para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le dijo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
- Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los ciudadanos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
Y al centurión le dijo:
- Vuelve a casa, que se cumpla lo que has creído.
Y en aquel momento se puso bueno el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro, encontró a la suegra en cama con fiebre; la cogió de la mano, y se le pasó la fiebre; se levantó y se puso a servirles.
Al anochecer, le llevaron muchos endemoniados; él, con su palabra, expulsó los espíritus y curó a todos los enfermos. Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades».
Comentario del Papa Francisco
Jesús predica, y Jesús cura. Toda la jornada era así: predica al pueblo, enseña la Ley, enseña el Evangelio. Y la gente lo busca para escucharlo. ¿Dejo que Jesús me predique, o yo lo sé todo? ¿Escucho a Jesús o prefiero escuchar cualquier otra cosa, quizá las habladurías de la gente, o historias…? Y Jesús sanaba: dejaos curar por Jesús. Todos nosotros tenemos heridas, todos, heridas espirituales, pecados, enemistades, celos; tal vez no saludamos a alguien: “¡Ah! Me hizo esto, ya no lo saludo”. Pero hay que curar esto. “¿Y cómo hago?”. Reza y pide a Jesús que lo sane.