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Un hábito perdido

Hay algo de terrible en el hecho de que leer se haya vuelto un ejercicio poco menos que heroico. Preguntémonos, con sinceridad, si hace 15 años éramos capaces de dedicar 2 ó 3 horas diarias a la lectura sosegada de una novela, una revista o un simple periódico. En muchos casos, la respuesta seguramente esté orientada hacia el sí. Pues bien, ¿y somos ahora capaces? Con total franqueza, una apabullante mayoría reconocería que no.

En el fondo, y ya lo he mencionado en anteriores ocasiones, la pérdida del hábito lector no se debe a una criminalización de las novelas o de los textos, sino a tantos sustitutos con los que hemos decidido ocupar muchos de nuestros momentos de ocio y descanso… a menudo, aquellos relacionados con las pantallas. O sea, las redes sociales, las series de televisión y las películas bajo demanda, las video llamadas, etc.

Trabajo con muchos adolescentes a diario, y definitivamente el teléfono ha pasado a ocupar una parte esencial de su vida. Se ha vuelto incluso algo adictivo. Como decía un psicólogo catalán al que entrevistaron hace poco, se pueden advertir señales de riesgo en los jóvenes, como el enfado continuo cuando se les restringe el tiempo con el teléfono, la bajada del rendimiento escolar, el uso a deshoras y a solas en el baño o en la cama, el aislamiento social y progresivo del mundo real, la pérdida de interés hacia otras actividades o el aumento de los conflictos familiares. Si no se atajan, estas pistas de conducta pueden derivar en «graves consecuencias que vayan más lejos de la nomofobia»,  

la angustia a no tener el móvil a mano o a estar incomunicado de una forma digital.