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Un gesto de ternura

porque bien poco hacen comentarios sobre este tema los medios de comunicación… todo lo contrario, tenemos la triste impresión de que en el mundo imperan los intereses económicos, las guerras con sus atrocidades, las catástrofes naturales fuera de lo inimaginable, las profundas injusticias humanas, las plagas de varias enfermedades y mucho dolor en cada país de nuestra humanidad.

Hace algunos años apareció en prensa esta pequeña noticia: en el sur de Suiza, en Valais, diez mil personas firmaron una petición de referéndum en favor de la “ternura” en las relaciones humanas, afirmando que en el mundo faltaba ternura y que nadie parecía tener tiempo para hacerle un guiño a la vida.

Sin caer en la ñoñería, hay que reconocer que un poco de ternura en nuestra vida diaria no nos vendría mal, en todas y cada una de nuestras manifestaciones y circunstancias. Es imprescindible para tratar a los enfermos, a los ancianos y a los niños. Es como un rayo de sol detrás de una taquilla, algo inesperado e insólito al volante. Se puede disfrazar de piropos y amabilidad, se viste igualmente de generosidad para acercarnos a los demás con auténtica empatía. Se adorna con palabras de aliento, con detalles de cariño y delicadeza. Salimos de nuestro egoísmo y transmitimos paz y simples sonrisas, que contagian y hacen mucho bien. ¿Quién no tiene problemas o inquietudes que se pueden ver aliviadas con un poco de ternura?

Por fin me doy cuenta de que Dios existe

Según nuestro querido Papa Francisco necesitamos “un trasplante de corazón” y felizmente, hay miles de testimonios de gente buena que ayuda a la humanidad sufriente con actos heroicos de ternura puesta en acción. Es fácil apreciar los muchos ejemplos de Jesús en los Evangelios: la parábola del buen Samaritano o el encuentro con la mujer pecadora a punto de morir lapidada. Con suma delicadeza le dice el señor: “yo tampoco te condeno, vete y no peques más”.

Entre los miles de ejemplos de la Madre Teresa de Calcuta y de sus numerosas monjitas, hay un caso especialmente impresionante. La Madre Teresa recorría como cada día sus barrios pobres cuando se percató que yacía en una vieja tubería un agonizante lleno de llagas comidas por gusanos. Ni corta ni perezosa, le llevó en brazos como pudo hasta su albergue para pobres, le acostó en una cama limpia y blanca, le quitó los gusanos uno por uno, el hombre estaba callado y feliz. Murió al día siguiente diciendo esta frase: “por fin me doy cuenta de que Dios existe”.

Ya que estamos en plena lucha en contra del aborto, dio su testimonio en Bilbao durante las Jornadas Católicas y Vida Pública una futura madre jovencita que emocionó a toda la asamblea. En su embarazo detectó pronto el médico una grave anomalía en el cerebro del feto. Le propuso y le aconsejó abortar, puesto que el bebé no llegaría a vivir. La madre se negó rotundamente, decidida a llegar hasta el final del embarazo. Llegó el momento del parto, le faltaba a la niña la mitad del cerebro. La bautizaron, la madre la apretó con suma ternura contra su pecho, la abrazó y murió. No hacen falta comentarios, la misma madre tiene la entereza de dar su testimonio cada vez que tiene ocasión de hacerlo.

El efecto psicológico va directamente al corazón

Cuando nos encontramos con una manifestación de “ternura” debemos dar gracias a Dios y al Espíritu Santo que inspira a ciertas personas estos gestos magníficos, pequeños y humildes, o grandes y generosos, que van mucho más allá de lo que se aprecia, llenan los corazones de dulzura, pueden aliviar problemas de toda índole, por lo menos la persona afectada se siente acompañada, lo cual es muy valioso. La ternura en muchos casos debe de ser física: una caricia, un beso, una sonrisa. El efecto psicológico es mucho más penetrante porque va directamente al corazón del otro, a su sensibilidad. Esto no se puede ni medir, ni pensar, es todo espiritual, el hombre está hecho de cuerpo y alma y sabemos por desgracia lo que supone la persona que se siente sola y abandonada.

Nuestro Papa Francisco no se cansa de mostrar su ternura a todos los sitios donde va. Como él dice: “no podemos balconear al mundo sufriente”. Nos hacemos inmunes al dolor, a las catástrofes, lo vemos unos minutos en la televisión y se acabó. Nos corresponde a cada uno en su ambiente y dentro de lo posible, reaccionar y sembrar no poca sino mucha dulzura y ternura para dar un poco de luz a este pobre mundo. No nos olvidemos del Santo Cristo de la Misericordia, que tenga piedad de toda nuestra humanidad.