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Un ejemplo

Pero pasa lo que nos pasa. Y es esto: la salvación carece de interés. Hay que vivir cada día porque nadie ha vuelto de otra vida para decirnos lo buena que es. Hay que sacarle partido al momento, pensando cada uno en sí mismo, aunque esto reviente a mi vecino. En esto de vivir, cada palo aguanta su vela, se instala en la vida social, con el materialismo, el más atroz de los egoísmos, la soledad cruel que asola al hombre de hoy.

Así nos va; esto parece una selva, en la que impera eso tan animal: la existencia del fuerte y la destrucción del debíl. Si tienes dinero, si mientes bien, si sabes calcular tus influencias en la vida política y aciertas al apostar por el que va a tener el poder… si eres así de frío y de calculador, has entendido la vida.

Pero esta tentación tiene un corrector: saber que luego hay otra vida, no vale lo que nos recuerda Pablo de gente de su tiempo: hoy comamos y bebamos, que mañana moriremos.

No, no vale porque esa esperanza me asegura que había premio tras este paso por la vida que la misericordia de Dios es infinita y que yo desde aquí y con la ayuda de lo alto (que nunca falla), puedo ganarme esa vida mejor y definitiva.

Así se explica que el apóstol pida a su gente que no se aflija “como los hombres sin esperanza”. Claro, sin esperanza la vida resulta tenebrosa y sin sentido.

Ejemplos de vida

El Papa lo dice muy bien: el Evangelio no sólo comunica algo sino que además lleva consigo hechos concretos y cambia la vida. Ya la oscuridad del tiempo, la puerta oscura, dice el Papa, se abre de par en par.

El que tiene esperanza vive de otra manera (hasta podríamos decir con otro talante, pero de verdad…); vive una vida nueva, distinta, con motivos de vivir pero que convencen a uno mismo y que atraen a los demás.

Tener esperanza es conocer al Dios verdadero. Y conocerlo de tal modo que, con la propia vida, irradiemos ese conocimiento de Dios a quien hemos encontrado.

Gusta Benedicto de los ejemplos y aquí, en las primeras líneas de su escrito, se apresura a hablarnos de una simpática criatura.

A la vez que se beatificaba[1] al español Escrivá de Balaguer, en la misma ceremonia se exaltaba a una tal Josefina. ¿Quién es esta Pepita?

Pues una esclava, así en el sentido más cruel de la palabra: comprada, vendida como una cosa sin derechos; apaleada al grito de su señor… una esclava con 144 cicatrices de los golpes recibidos en la tierra de Sudán.

La compran y se la llevan a Italia. Allí conoce a Dios vivo y sabe que es bueno. Se entera de que ese Dios le ama, que ella era amada de Dios.

El amor me espera, por eso mi vida es hermosa, razona ella. Se bautiza y decide cuales su misión: extender la liberación que ella había recibido mediante el encuentro con Dios. Y así vivió hasta morir: esa liberación que ella experimenta en el encuentro con Cristo no sólo la vive, sino que siente la necesidad de comunicarla a otros.

Vivió en la esperanza.[2]  

 

[1] 17 Mayo 1992

[2] Santa Josefina Bakhita, nació en Darfur (Sudán) en 1896 y, después de una vida de sufrimiento, llegó a Italia, donde murió en Schio el 8 de Febrero de 1947, habiendo profesado en las Hermanas de Canossa.  Fue canonizada el 1 de Octubre de 2000 por Juan Pablo II. “SOBRE LA ESPERANZA, EL EJEMPLO DE SANTA JOSEFINA BAKHITA”, de Sergio A. Donoso Brant.