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Un 2020 desafiante

Continuando la tónica generalizada de lamento y quejas por todo lo que hemos perdido o no logramos hacer; o intentado ser más positivos, más esperanzados, agradeciendo al mismo tiempo lo que mucho que, a pesar de todo, seguimos teniendo.

Ya he escrito en repetidas ocasiones sobre la necesidad de mirar nuestra situación personal con perspectiva. Desviar la mirada del ombligo propio y reflexionar sobre lo afortunado que somos, en comparación con tantos millones de personas que ni siquiera cuenta con dos comidas al día o con más de tres prendas de ropa diferentes.

El Covid-19 ha causado un sinfín de estragos que, de hecho, siguen asolando a las naciones del mundo entero. Peor aún: el horizonte pinta todavía negro, porque, al menos hasta la fecha en que redacto estas líneas, no existe una vacuna definitiva para combatir la pandemia. ¿Qué hacemos? ¿Nos hundimos en el pesimismo? ¿Vivimos como si nada?

Liduvina, que es la patrona  de los enfermos crónicos

Hay una santa en nuestra Iglesia llamada Liduvina que es la patrona de los enfermos crónicos. Nació en 1380 en Holanda, y su vida iba relativamente bien hasta que, después

de cumplir los 15 años, se resbaló en el hielo y se le partió la columna vertebral. Si en la actualidad eso sería difícil de manejar, imaginémonos hace 700 años… la chica padeció dolores corporales insufribles y problemas médicos interminables, desde vómitos constantes hasta fiebre que nunca menguaba del todo. Todos los doctores que la trataron coincidieron en su diagnóstico: aquella minusvalía no tenía remedio, así que desde entonces tuvo que pasar largos días postrada en la cama.

La situación cambió cuando movieron al párroco del pueblo de Liduvina. Llegó un nuevo sacerdote, el padre Pott, quien le recordó a la chica que “Cuanto más quiere Dios a su árbol, más lo poda, para que produzca mayor fruto” y que “a los hijos que más ama Dios, más los hace sufrir”. Luego le colocó un crucifijo frente a la cama, pidiéndole que cuando sintiera que no podía más, se comparara con Él y concluyera que el sufrimiento, de alguna manera indescifrable, puede llevar a la santidad.

Desde ese momento, Liduvina procuró evitar pedir a Dios que le quitara “sus” sufrimientos, y en cambio le imploraba que le diera el valor y el amor para padecer como Jesucristo hizo, a fin de que todos los pecadores se convirtieran y Dios Padre los salvara. Hasta tal punto llegó su cambio de razonamiento que a menudo repetía: “Si bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no la rezaría”. En fin, dedicó el resto de su vida a meditar y agradecer la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, consciente, como quizá podemos hacer ahora frente al Covid- 19, de que lo malo pueden salir muchas cosas buenas.