Poco después del Concilio quinisexto, convocado por el emperador Justiniano II el año 692, en Constantinopla, estalló la persecución contra las imágenes, llamada iconoclasta. La brecha entre la Iglesia de Oriente y Occidente se iba abriendo cada vez más.

El nuevo Imperio era el símbolo de la unión de todos los cristianos. Carlomagno, como representación del poder temporal, debía proceder, en unión con el poder espiritual del Papa, a la defensa de la Iglesia.

Sobre la base de la reorganización de las Iglesias de la Gran Germania (las Galias y Alemania) se pudo apoyar el Papa en el robustecimiento de su poder hasta llegar a la formación de los Estados Pontificios.

Durante los siglos siguientes, mientras el Imperio alemán, íntegramente cristianizado, se constituía en columna y sostén del cristianismo, continuó el trabajo de evangelización de los pueblos que lo rodeaban.

Quien primeramente más se distinguió en esa labor evangelizadora y civilizadora del centro de Europa –base para la formación del gran Imperio romano occidental– fue San Bonifacio. Su nombre era Winfrido, y había nacido en Kirton, de Inglaterra. 

A pesar de alguna crisis que tuvo que atravesar la Iglesia, la Edad Media se caracteriza por el crecimiento, siempre ascendente, del Pontificado, bajo cuya dirección se desarrollaron los grandes pueblos cristianos y las grandes instituciones medievales.

El arte, en todas sus manifestaciones, recibió un impulso extraordinario, debido a la exuberancia de vida de la Iglesia

Lugares del culto

Si el culto y las fiestas cristianas estaban en tanto apogeo, es natural que lo estuvieran también los lugares destinados para ello. Ya antes de Constantino poseían iglesias los cristianos. Pero necesariamente debían ser modestas. Con la libertad que les dio Constantino, surgieron en todas partes templos e iglesias, y el mismo Constantino construyó algunas excelentes y grandiosas en Roma, Constantinopla y Tierra Santa.