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San Cipriano, Papa y Mártir – 16 de Septiembre

San Cipriano, Papa y Mártir – 16 de Septiembre

San Cipriano de Cartago
Infancia y juventud

Nació en el año 200 en Cartago (norte de África) y se dedicó a la labor de educador, conferencista y orador público.
Tenía una inteligencia privilegiada, gran habilidad para hablar en público y una personalidad brillante y simpática que le ganaba un notable ascendiente sobre los demás.

Al llegar a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo gracias al ejemplo y las palabras de san Cecilio, un sacerdote santo. Tras recibir el bautismo, hizo el juramento de permanecer siempre casto y de no contraer matrimonio (celibato). Este compromiso causó gran admiración, pues no era costumbre en aquel tiempo.

Conversión y formación cristiana

Desde su conversión, descubrió en la Sagrada Escritura un tesoro de enseñanzas y se dedicó con toda su inteligencia al estudio de la Biblia y de los comentarios de los santos antiguos.
Renunció a sus literatos mundanos y en adelante solo citó autores cristianos. Escribió un Comentario al Padrenuestro, considerado hasta hoy como una obra insuperable.

Obispo de Cartago

Fue ordenado sacerdote y, al morir el obispo de Cartago en el año 248, pueblo y clero lo aclamaron como sucesor.
Al principio se resistió, pero finalmente aceptó, convencido de que en el clamor del pueblo estaba la voluntad de Dios. Llegó a ser el obispo más importante que tuvo Cartago.

Un escritor de la época lo describió así:

“Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración. Tenía una mezcla agradable de alegría y dignidad, de manera que no se sabía si quererlo o venerarlo, porque merecía el más grande respeto y el mayor amor”.

Persecución de Decio (251)

El emperador Decio decretó una feroz persecución contra los cristianos, buscando especialmente a los obispos.
Muchos apostataron por miedo, quemando incienso a los ídolos paganos.

Cipriano, con prudencia, se escondió, pero desde allí enviaba cartas exhortando a los fieles a mantenerse firmes.
Cuando volvió a su sede, se encontró con el problema de quienes querían ser readmitidos en la Iglesia sin penitencia tras haber renegado. Fue estricto, exigiendo penitencia como preparación para futuras persecuciones. Gracias a esta firmeza, muchos cristianos resistieron heroicamente y alcanzaron el martirio en tiempos posteriores.

La peste en Cartago (252)

Ese año llegó una epidemia de tifo negro que causó la muerte de cientos de cristianos y dejó miles de huérfanos.
El obispo Cipriano se volcó en socorrer a los necesitados: vendió los bienes más valiosos de la casa episcopal y predicó sermones memorables sobre la limosna y la caridad.
Sus palabras conmovieron profundamente a los fieles, que fueron generosos en auxiliar a las víctimas.

Persecución de Valeriano (257-258)

El emperador Valeriano decretó nuevas persecuciones:

Destierro para todo cristiano que asistiera al culto.

Pena de muerte para obispos y sacerdotes que celebraran ceremonias.

Cipriano fue desterrado en el 257, pero siguió celebrando la Eucaristía dondequiera que iba. En 258 recibió sentencia de muerte.

Se conservan las actas del juicio:

Juez: “El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permita ningún culto fuera del de nuestros dioses. ¿Qué responde?”

Cipriano: “Soy cristiano y obispo. No reconozco a otro Dios que al único y verdadero, creador del cielo y de la tierra”.

Juez: “El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses”.

Cipriano: “No lo haré nunca”.

Juez: “Piénselo bien”.

Cipriano: “Haga lo que le han ordenado hacer. Mi decisión es irrevocable”.

La sentencia fue clara: muerte por decapitación.

Martirio (14 de septiembre de 258)

Ese día, una gran multitud de cristianos se reunió ante la casa del juez. Cuando le preguntaron si era responsable de toda esa gente, Cipriano respondió:
“Sí, lo soy”.

Fue conducido al lugar del martirio. Antes de morir, regaló 25 monedas de oro al verdugo.
Los fieles colocaron sábanas blancas para recoger su sangre como reliquias.
Al escuchar la condena, Cipriano exclamó:

“¡Gracias sean dadas a Dios!”

Y el pueblo gritaba: “¡Que nos maten también a nosotros junto con él!”