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San Agustín y Santo Tomás de Aquino sobre la concepción de Jesucristo

La generación humana de Jesucristo en el Concilio de Constantinopla III

La carta del papa San Agatón (680) y el Concilio de Constantinopla III (681) insistirán una vez más en la unión hipostática, ahora para asentar las bases sobre las que combatir el error monotelita, que sostenía la existencia de una sola voluntad (divina) en Jesucristo. La fe católica reafirma la unidad de persona y la unión de las dos naturalezas desde el momento mismo de la Encarnación: “antes de los siglos nació del Padre según la divinidad, y Él mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad Madre de Dios, según la humanidad; reconocido como un solo y mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, pues no se suprimió en modo alguno la diferencia de las dos naturalezas por causa de la unión, sino conservando más bien cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o distribuido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Verbo de Dios, Señor Jesucristo […]”.

Pensamiento de San Agustín y Santo Tomás de Aquino sobre la concepción de Jesucristo

Sería prolijo ofrecer el parecer de todos los grandes teólogos a lo largo de los siglos acerca del orden y del momento en la asunción de la naturaleza humana por el Verbo. Pero sí nos parece obligado, al menos por ahora y escuetamente, recoger la sentencia y la argumentación de San Agustín y Santo Tomás de Aquino, dada su ingente autoridad en Cristología y, en general, en toda la Teología occidental.

El Doctor africano expresa que “el hombre unido al Verbo, desde el primer momento de su existencia, fue hecho Jesucristo” (De praedestinatione sanctorum, 15); el Verbo Unigénito asumió la naturaleza humana en una unidad de persona y fue concebido así por la Mujer llena de gracia, por obra del Espíritu Santo. En consecuencia, la naturaleza humana ha conocido, gracias a la Encarnación, una elevación que le ha conferido una altísima dignidad.

No está de más añadir que San Agustín afirma abiertamente existir vida humana en el feto que se halla en el seno materno (Soliloquia, II, 20) y que, por lo tanto, los fetos abortivos resucitarán (Enchiridion, 85-86; y De civitate Dei, XXII, 13- 14). Además, al oponerse al fatalismo astral, tiene presente el caso de los gemelos y los mellizos y se observa claramente que considera no el nacimiento, sino la concepción del niño como inicio de la vida humana (De civitate Dei, V, 2-6).

Por lo que se refiere a Santo Tomás, para comprender mejor su postura, cabe señalar que Orígenes, conforme a su idea de la preexistencia de las almas (teoría proveniente del platonismo y refutada desde antiguo por heterodoxa), había pensado que el alma racional preexistió al cuerpo de Jesucristo, el cual fue formado en las entrañas de la Virgen María antes de su unión con el alma y de que la naturaleza fuera asumida por el Verbo. En cambio, la sentencia del Aquinate puede resumirse así, según el P. Maximiliano Cuervo, O.P.: “La formación del cuerpo de Jesucristo, la creación del alma racional, su infusión en el cuerpo y la unión de la naturaleza humana con el Verbo divino se realizan al mismo tiempo. Más, en el orden de intención, la asunción de la naturaleza es absolutamente primero, con prioridad de naturaleza, que la asunción de las partes. Y en el orden de ejecución, la asunción de las partes es antes que la de la naturaleza sólo según el entendimiento, no con prioridad de tiempo, ni tampoco de naturaleza realmente” (en su introducción a uno de los volúmenes de la Suma Teológica).

Por lo tanto, para el tema que aquí propiamente nos interesa, lo fundamental es la afirmación de esa realización al mismo tiempo. El Doctor Angélico, en efecto, lo dice con claridad, después de distinguir entre “orden de tiempo” y “orden de naturaleza”: “Según el orden de tiempo, no hay lugar para hablar en el misterio de la Encarnación de intermedio alguno, pues el Verbo de Dios se unió en el mismo instante a toda la naturaleza humana”. El alma humana de Jesucristo es de la misma naturaleza que las nuestras, “que son creadas y en el mismo momento unidas al cuerpo”. Por eso, el Verbo asumió a un mismo tiempo el alma y el cuerpo, que a un mismo tiempo fueron unidas, “pues la carne no es carne humana antes de estar informada por un alma racional”. “En la concepción de Cristo, el Espíritu Santo, por su poder infinito, en un mismo instante dispuso la materia y la hizo perfecta”, para que así fuera perfecta carne humana. Así, “en un mismo instante el alma y el cuerpo se unen entre sí para constituir la naturaleza humana en el Verbo. […] Por eso hemos de afirmar que el Verbo de Dios asumió las partes de la naturaleza mediante el todo” (S. Th. III, q. 6)