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Recorrido por las reliquias de la Pasión, en Roma

Empezaremos por visitar la basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma. Superado el primer impacto que su grandeza causa, cruzamos la nave central y nos aproximamos hacia el altar del Santísimo Sacramento. En lo alto, expuesta a la veneración, la gran tabla de la mesa de la última cena, sobre la cual Nuestro Señor tomó el pan “en sus santas y venerables manos” y pronunció las palabras de la Consagración.

A unos pasos, en el bellísimo claustro interior de la basílica, encontramos el brocal del pozo de la samaritana, traído desde Tierra Santa. “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed –le dijo Jesús–; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial que brota hasta la vida eterna”. Palabras divinas que prefiguraban la sagrada eucaristía.

Scala Santa

A pocos, cruzando la gran plaza, nos encontramos con el Santuario de la Scala Santa. Peregrinos del mundo entero acuden con gran devoción para subir, de rodillas los 28 escalones que conforman esta santa escalera de mármol que estaba en el pretorio de Pilatos. Por ella subió y bajó el Salvador, en silencio, flagelado y maniatado. En lo alto, ante el populacho exacerbado, Pilatos se lavó las manos y lo entregó a la muerte. Fue traída por Santa Elena, madre del emperador Constantino, en el año 329. Los peldaños están protegidos del desgaste por un forro de madera de nogal. Pero la ca- ra vertical de los peldaños está al descubierto, pudiéndose tocar el mármol. En varios puntos, un cristal colocado en círculo, sobre la protección de madera, deja ver en el mármol marcas de la sangre de Cristo.

Hoy en día, la Scala Santa nos lleva al “Sancta Sanctorum”, la antigua capilla particular de los Romanos Pontífices. En ella se conserva el “Cristo Aquiropita”, que en griego significa “no pintado por mano”. Según la tradición este cuadro habría sido inicialmente pintado por San Lucas y terminado por un ángel. En la parte superior de la capilla una inscripción en latín reza así: “No hay lugar más santo en todo el orbe”. Allí rezaban los primeros sucesores de San Pedro.

Columna de la flagelación Santa Praxedes Saliendo a la plaza de San Juan de Letrán, tomamos la amplia Vía Merulana en dirección a la Basílica de Santa María Mayor. Justo antes de llegar a ella, en la última bocacalle de la izquierda, encontramos al fondo la pequeña puerta de una antiquísima iglesia: Santa Praxedes.

Al entrar quedaremos absortos al contemplar los magníficos mosaicos paleocristianos que la revisten. Pero nuestros pasos se dirigen hacia otra preciosa reliquia de la Pasión del Señor: la columna de la flagelación. El Cardenal Colonna, protector del templo, trajo la columna en su regreso de la sexta cruzada, en 1223. Se encontraba también en el pretorio de Pilatos. Las vetas verdes del mármol debieron quedar cubiertas con la preciosa sangre del Redentor.

La verdadera Cruz – Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén

Desandando nuestros pasos, en diagonal, por Vía de la Santa Cruz de Jerusalén, llegaremos a la Basílica del mismo nombre. Fue residencia de Santa Elena. Al fallecer, su hijo, el emperador Constantino, la transformó en la iglesia. Bajo el pavimento se depositó tierra del Calvario que había sido traída a Roma en la expedición de la Santa, de ahí el apelativo “Jerusalén”.

Al entrar, nos dirigimos a la capilla de Santa Elena, la de la derecha detrás del ábside. Corresponde a lo que habría sido su habitación particular. Allí estuvo expuesto a la veneración, por más de mil años, el mayor fragmento que se conserva de la Cruz de Cristo. Durante el Año Santo de 1925, para facilitar el acceso a los peregrinos, fue trasladado a una capilla más amplia, obtenida de la Sacristía de la Basílica.

La reliquia está dividida en tres trozos, insertados en un precioso relicario en forma de cruz, realizado por Giuseppe Valadier en el siglo XVII. Al lado, se pueden venerar otras reliquias de la Pasión, también de gran valor:

--uno de los clavos de la crucifixión. Según la tradición, dos de los clavos encontrados por Santa Elena fueron colocados en el freno del caballo de Constantino y en su yelmo para que le protegiese en las batallas. El tercero se conservó en la capilla Sessoriana junto con las demás reliquias. En la Edad Media fueron reproducidas algunas copias de los clavos de la crucifixión para ser donadas a príncipes y nobles, o a importantes hombres de la Iglesia, para crear alianzas y reforzar la estabilidad política del papado.

--un trozo del Titulus Crucis, la tablilla que Pilatos mandó fijar sobre la Cruz con la inscripción en hebrero “Jesús (de) Nazaret, rey de los judíos”.

--dos espinas de la corona de Jesús, ya veneradas en Constantinopla en la época de Justiniano. Son parecidas a las de otros relicarios: derechas, leñosas, puntiagudas y largas aproximadamente 3,5 cm. A lo largo de los años la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén ha recibido la donación de otras Reliquias, tales como algunos fragmentos de la gruta de Belén, del Santo Sepulcro y de la columna de la Flagelación, el Patibulum del Buen Ladrón y la falange de un dedo del Apóstol Tomás.

Es una de las siete basílicas papales

de Roma y forma parte del tradicional itinerario de peregrinación,  ya desde la Alta Edad Media. El valor de las reliquias que atesora le hizo exclamar a Juan Pablo II, durante su visita a la Basílica, el 25 de marzo de 1979: “¡Estamos en el verdadero Santuario de la Cruz!” _

Para saber más:

– visitar la pág web:

https://amorroma1.blogspot.com/2016/03/santa-

croce-in-gerusalemme.html