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Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista

Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre. Evangelio del día

Lectura 1
Deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas 
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2,1-8 

Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil ni mucho menos; a pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor -apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha probado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos no para contentar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestras intenciones. 
Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. 
Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

Salmo
Sal 138, 1-3. 4-6 
R. Señor, tú me sondeas y me conoces. 

Señor, tú me sondeas y me conoces: 
me conoces cuando me siento y me levanto, 
de lejos penetras mis pensamientos, 
distingues mi camino y mi descanso, 
todas mis sendas te son familiares. 

No ha llegado la palabra a mi lengua, 
y ya, Señor, te la sabes toda. 
Me estrechas detrás y delante, 
me cubres con tu palma. 
Tanto saber me sobrepasa; 
es sublime, y no lo abarco.

Evangelio
Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista 
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 6,17-29 

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. 
El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. 
Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. 
La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. 
La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: 
- Pídeme lo que quieras, que te lo doy. 
Y le juró: 
- Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino. 
Ella salió a preguntarle a su madre: 
- ¿Qué le pido? 
La madre le contestó: 
- La cabeza de Juan, el Bautista. 
Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: 
- Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista. 
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. Enseguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. 
Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

Comentarios Papa Francisco
Jesús había repetido con insistencia a sus discípulos: “Permaneced en mí…Permaneced en mi amor” (Jn 4, 16). Este es el secreto de los santos: permanecer en Cristo, unidos a él como los sarmientos a la vid, para dar mucho fruto. Y este fruto no es otra cosa que el amor. La relación con Jesús resucitado es, por decirlo así, la “atmósfera” en la que vive el cristiano y en la que encuentra la fuerza para permanecer fiel al Evangelio, incluso en medio de los obstáculos y las incomprensiones.