Qué debemos hacer? Esta es la pregunta que hacen. Detengámonos un momento en esta cuestión. No parte de un sentido del deber. Más bien, es el corazón tocado por el Señor, es el entusiasmo por su venida lo que lleva a decir: ¿qué debemos hacer? Entonces Juan dice: “El Señor está cerca” – “¿Qué debemos hacer?”. Pongamos un ejemplo: creemos que un ser querido va a venir a visitarnos. Lo esperamos con alegría, con impaciencia. Para recibirlo como es debido, limpiaremos la casa, prepararemos la mejor comida posible, quizás un regalo... En definitiva, nos pondremos manos a la obra. Así es con el Señor, la alegría de su venida nos hace decir: ¿qué debemos hacer? Pero Dios eleva esta cuestión a un nivel superior: ¿Qué hacer con mi vida? ¿A qué estoy llamado? ¿Qué es lo que me llena?
Al plantearnos esta pregunta, el Evangelio nos recuerda algo importante: la vida tiene una tarea para nosotros. La vida no es algo sin sentido, no se deja al azar. ¡No! Es un regalo que el Señor nos da, diciéndonos: ¡descubre quién eres, y trabaja para realizar el sueño que es tu vida! Cada uno de nosotros —no lo olvidemos— es una misión a cumplir. Así que no tengamos miedo de preguntarle al Señor: ¿qué debo hacer? Repitámosle con frecuencia esta pregunta. También aparece en la Biblia: en los Hechos de los Apóstoles, algunas personas, al escuchar a Pedro anunciar la resurrección de Jesús, «dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué hemos de hacer?” » (2,37). Preguntémonoslo también nosotros: ¿qué está bien hacer para mí y para mis hermanos?
¿Cómo puedo contribuir al bien de la Iglesia, al bien de la sociedad? Para eso es el tiempo de Adviento: para detenernos y preguntarnos cómo preparar la Navidad. Estamos ocupados con tantos preparativos, regalos y cosas que pasan, ¡pero preguntémonos qué hacer por Jesús y por los demás! ¿Qué debemos hacer?
A la pregunta “¿qué debemos hacer?”, siguen en el Evangelio las respuestas de Juan Bautista, que son diferentes para cada grupo. En efecto, Juan recomienda a los que tienen dos túnicas que las reparta con el que no tiene; a los publicanos, que cobran los impuestos, les dice: «No exijáis más de lo que os está fijado» (Lc 3,13); y a los soldados: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas» (v. 14). A cada uno dirige una palabra específica, relativa a la situación real de su vida. Esto nos ofrece una valiosa enseñanza: la fe se encarna en la vida concreta. No es una teoría abstracta. La fe no es una teoría abstracta, una teoría generalizada, no, la fe toca la carne y transforma la vida de cada uno.
Pensemos en la concreción de nuestra fe. Mi fe: ¿es una cosa abstracta o es concreta? ¿La llevo adelante en el servicio a los demás, en la ayuda?
Y entonces, en conclusión, preguntémonos: ¿qué puedo hacer concretamente? En estos días previos a la Navidad. ¿Cómo puedo hacer mi parte? Asumamos un compromiso concreto, aunque sea pequeño, que se ajuste a nuestra situación de vida, y llevémoslo adelante para prepararnos a esta Navidad.
Por ejemplo: puedo llamar por teléfono a esa persona que está sola, visitar a aquel anciano o aquel enfermo, hacer algo para servir a un pobre, a un necesitado. Y además: quizás tenga un perdón que pedir o un perdón que dar, una situación que aclarar, una deuda que saldar. Quizás he descuidado la oración y después de mucho tiempo es hora de acercarse al perdón del Señor. Hermanos y hermanas ¡busquemos una cosa concreta y hagámosla! Que la Virgen, en cuyo seno Dios se hizo carne, nos ayude.
(Plaza de San Pedro de Roma,
Ángelus, 12 de diciembre de 2021)