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¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?

Evangelio del día

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: 
- No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. 
Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. 
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. 
¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo? 
El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. 
El que escucha y no pone por obra, se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó, desplomándose.

Comentario del Papa Francisco

Vosotros, niños y jóvenes, sois los frutos del árbol que es la familia: sois frutos buenos cuando el árbol tiene buenas raíces -que son los abuelos- y un buen tronco --que son los padres-. Decía Jesús que todo árbol bueno da frutos buenos y todo árbol malo da frutos malos. La gran familia humana es como un bosque, donde los árboles buenos aportan solidaridad, comunidad, confianza, apoyo, seguridad feliz, amistad. La presencia de las familias numerosas es una esperanza para la sociedad.