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Poder de Santa María Reina

La Virgen María, adelantamos ya que es una Madre y Reina poderosa; más aún, “poderosísima”, y tanto que Pío XII infundía ánimos al pueblo ruso frente a la persecución comunista exhortándoles a confiar en Ella, porque “si María interpone su poderoso patrocinio, las fuerzas del infierno no podrán prevalecer” (Carta Apostólica Sacro vergente anno, al pueblo ruso, 7-VII-1952).

Ciertamente, su poder es superior al de toda criatura, y la fuerza de su intercesión en aquella necesidad en que se recurra a Ella, es mayor que la de cualquier otro santo. Esto se debe a que ejerce su influencia cerca de su Hijo e incluso sobre Él mismo; asimismo, ejerce su poder por su Hijo, junto a Dios y sobre el Corazón de Dios, en virtud de su proximidad a Dios. Con palabras de Pío XII: “Si Pedro posee las llaves del Cielo, María tiene las llaves del Corazón de Dios; si Pedro ata y desata, María también ata, pero con cadenas de amor, y desata, pero perdonando. Si Pedro es el custodio y el ministro del perdón, María es la sabia y generosa Tesorera de los favores divinos (Alocución a los peregrinos genoveses, 21-IV-1940).

El suyo es un poder inmenso de intercesión como Madre, dirigido a la salvación de sus hijos los hombres; por lo tanto, Ella goza de una potestad regia a la par que está animada de amor materno. Su “clemente y materno imperio” es una potestad de mediación, capaz de llevarla a ser “Mediadora de paz” en los conflictos entre los hombres, precisamente porque es Mediadora ante Dios en favor de los hombres. Esta potestad de mediación se efectúa en la distribución de las gracias, en el ejercicio de la intercesión ante el Señor y en su auxilio seguro y bondadoso en todas las necesidades.

La Realeza de María es triunfo y victoria: Ella es victoriosa y triunfante con Cristo sobre el pecado y sobre el demonio, y es así “vencedora de todas las batallas de Dios” (Radiomensaje de Pío XII Benedicite Deum, para el 25º aniversario de las apariciones de Fátima, 31-X-1942).

En fin, María reina sobre la vida interior de cada uno, en la mente y en la voluntad de los hombres, en la intimidad del corazón y también en la actividad consecuente de esa interioridad.

Pero, al igual que el Reinado de Cristo tiene no sólo una proyección sobre los corazones, sino también sobre las sociedades (Reinado Social de Cristo, conforme a la enseñanza de Pío XI en su encíclica Quas Primas de 1925 sobre la Realeza de Jesucristo y la institución de la fiesta de Cristo Rey), lo mismo sucede con la Realeza de María: Ella reina sobre la sociedad humana, como Soberana en todo y en todos, en las familias, en las clases y gremios sociales, en todas las actividades públicas y, en conjunto, en toda la Patria, tal como les dijo Pío XII a los brasileños en 1954. Por eso, María, “Reina de la paz y del mundo”, que ha recibido de Dios el oficio regio de velar por la unidad y la paz del género humano, trata de guiar a los jefes de las naciones y los corazones de los pueblos hacia la concordia y la caridad, así como de abrir las sendas de la fe a cuantos aún no conocen a su divino Hijo, incluso interviniendo prodigiosamente, si es necesario, para la implantación, la consolidación y la defensa de la fe católica, según lo decía ya San Cirilo de Alejandría.

Pero este Reinado conlleva también unas exigencias para nosotros: fe en su Realeza, sumisión leal a su autoridad y una correspondencia filial y constante a su amor, además de nuestro servicio en la familia y en la sociedad. Reclama también, ciertamente, nuestra oración y la imitación de las virtudes de María.