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Pedir al dueño de la mies que envíe sacerdotes

Escritor

El número setenta y dos probablemente indica todas las naciones. En efecto, en el libro de Génesis se mencionan setenta y dos naciones diferentes. Así, este envío prefigura la misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio a todos los pueblos. Jesús dijo a los discípulos: “La mies es mucha y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.

Esta petición de Jesús es siempre válida. Siempre debemos orar al “dueño de la mies”, que es Dios Padre, para que envíe obreros a trabajar en su campo, que es el mundo. Y cada uno de nosotros lo debe hacer con un corazón abierto, con una actitud misionera; nuestra oración no debe limitarse sólo a nuestras peticiones, a nuestras necesidades: una oración es verdaderamente cristiana si también tiene una dimensión universal.

Cuando envía a los setenta y dos discípulos, Jesús les da instrucciones precisas que expresan las características de la misión. La primera -ya lo hemos visto-: rezad; la segunda: id; y luego: no llevéis bolsa o alforja...; decid: “Paz a esta casa”... permaneced en esa casa ... No vayáis de casa en casa; curad a los enfermos y decidles: “El Reino de Dios está cerca de vosotros”; y, si no os reciben, salid a las plazas y despedíos. Estos imperativos muestran que la misión se basa en la oración; que es itinerante: no está quieta, es itinerante; que requiere desapego y pobreza; que trae paz y sanación, signos de la cercanía del Reino de Dios; que no es proselitismo sino anuncio y testimonio; y que también requiere la franqueza y la libertad para irse, evidenciando la responsabilidad de haber rechazado el mensaje de salvación, pero sin condenas ni maldiciones.

Si se vive en estos términos, la misión de la Iglesia se caracterizará por la alegría. ¿Y cómo termina este paso? “Regresaron los setenta y dos alegres”. No se trata de una alegría efímera que viene del éxito de la misión; por el contrario, es un gozo arraigado en la promesa de que -dice Jesús- “vuestros nombres están escritos en el cielo”. Con esta expresión, él se refiere a la alegría interior, la alegría indestructible que proviene de la conciencia de ser llamados por Dios a seguir a su Hijo. Es decir, la alegría de ser sus discípulos. Hoy, por ejemplo, cada uno de nosotros, aquí en la Plaza, puede pensar en el nombre que recibió el día del Bautismo: ese nombre está “escrito en los cielos”, en el corazón de Dios Padre. Y es la alegría de este don lo que hace de cada discípulo un misionero, uno que camina en compañía del Señor Jesús, que aprende de él a entregarse sin reservas a los demás, libre de sí mismo y de sus propias posesiones.

Invoquemos juntos la protección materna de María Santísima, para que sostenga en todo lugar la misión de los discípulos de Cristo; la misión de anunciar a todos: que Dios nos ama, quiere salvarnos y nos llama a ser parte de su Reino.

(ÁNGELUS - Plaza de San Pedro - Domingo, 7 de Julio de 2019