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Pareja, fidelidad y afectos

Fue entonces cuando mi amigo me comentó, bajando la voz: “Hay que ver cómo son aquí… ¡qué horteras y ñoños!”. Aquella simple frase me dio que pensar, sobre todo días después, cuando ya no estaba con mi amigo, lo cual lamento, porque me di cuenta de que su modo de pensar estaba tremendamente equivocado. ¿Cuál es el problema de demostrarse el afecto? ¿Acaso porque en España estemos acostumbrados a comportarnos más fríos con quienes amamos, si hay otras personas delante, significa que tener una conducta cariñosa es algo hortera, exagerado o ridículp?

Considero que la fidelidad, especialmente la del matrimonio, no se alcanza a base de decisiones sólo teóricas. Para ser fiel, además de proponérselo ambos cónyuges, es muy aconsejable ayudarse y educarse recíprocamente en el amor. El amor mutuo, correspondido, puede entenderse como la “gasolina” que alimenta y dulcifica la fidelidad. Y el amor se expresa mediante hechos: palabras, gestos, acciones. De ahí la importancia de mostrar cariño y afecto, como han afirmado muchos santos. Concretamente, uno del pasado siglo explicaba: “Marido y mujer no han de tener miedo a expresar el cariño (…), porque esa inclinación es la base de su vida familiar. Lo que les pide el Señor es que se respeten mutuamente y que sean mutuamente leales, que obren con delicadeza, con naturalidad, con modestia”.

La confianza y la entrega poseen una dimensión física que no conviene menospreciar, y mucho menos ignorar. A fin de cuentas, lo corporal es la puerta a lo espiritual. El Catecismo de la Iglesia Católica recoge esta misma idea: “El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos” (n. 1644). La vida entera, o sea, también la física y carnal.

En definitiva, ante los problemas humanos que pueden hacer tambalear la relación conyugal –y a veces con razón–, es preciso volver a los pilares que fundamentan todo matrimonio y recapacitar sobre las profundas cuestiones que esconde toda realidad matrimonial.

Así, aunque no salte a la vista en las épocas de oscuridad, el matrimonio bendecido por Jesucristo exige unidad e indisolubilidad, las cuales a su vez piden fidelidad conyugal ante cualquier situación, ya sea buena o mala, pues la fidelidad se pone a prueba, de hecho, en los momentos problemáticos. Y al igual que las cuestiones espirituales importan en este contexto, los detalles físicos –caricias, gestos, palabras de aliento-, siempre y cuando se prodiguen de una manera prudente, allanan también, y mucho, el camino.