Educar no es nada fácil dado que se ha de acoger a cada hija/hijo tal como es, aun cuando no responda a las expectativas; se ha de respetar su libertad pero al mismo tiempo orientarles y corregirles; hay que saber comprender, pero también exigir sin ceder ante lo que pueda derivar en un mal; hay que ayudarles en sus tareas pero sin sustituirlos ni evitarles el esfuerzo que siempre es formativo y conlleva, además, un incremento positivo de su autoestima. Etc.
Ante este panorama, he decidido utilizar unas notas de una intervención de José Manuel Mañú Noain que pienso pueden venir bien para orientar este comienzo del año a aquellos que se sientan desbordados.
Hablaba, en esa sesión dirigida a padres, de cuál es el peso que tiene -en porcentajes- el aprendizaje de la persona en los primeros años de vida. Y lo resumía de esta manera: Aprendemos así…
Un 10% de lo que leemos.
Un 20% de lo que oímos.
Un 30% de lo que vemos.
Un 50% de lo que vemos y oímos.
Un 70% de lo que se discute
con otras personas.
Un 80% de lo que experimentamos
de forma personal.
Y un 95% de cómo nos mostramos cuando convivimos con otras personas.
Si contrastamos los porcentajes, clarifica mucho comprobar que nuestra forma de funcionar (el ejemplo) es determinante en la relación con los demás. Por eso conviene tener presente que los hijos aprenden más a través de los ojos que del oído. Esto ratifica ese dicho de “las palabras mueven, pero el ejemplo arrastra”.
Es en las familias sanas donde se transmite de forma natural: qué es lo verdaderamente importante, qué es superfluo y el ámbito donde mejor se aprende a querer.
Y se hace por “contagio”, a través de la convivencia, de los encuentros, de las conversaciones, del interés mostrado, del respeto, del tono… Es ahí donde nos mostramos como somos y donde los padres pueden corregir, sugerir, alentar, inspirar, animar, proponer un estilo que los hijos puedan sentirse motivados para incorporarlo a su forma de ser particular y única.
¡Qué gran escenario es el hogar donde se aprende a ser persona y se descubre que a uno, a una, le quieren aunque sea bastante “tuercebotas”… pero es hija, hijo, hermana, o hermano querido!
Y es que la disponibilidad de los padres es garantía que posibilita la confidencia, la conversación, los acuerdos, la apertura, la decisión de trazar objetivos para la mejora personal, la eliminación o disminución de tensiones… y muestra y transmite, como logro a conseguir por las hijas y los hijos, una ilusión por ser portadora, portador, de esos vida de los que nos rodean.
Del elenco de los porcentajes propuestos anteriormente, podemos quedarnos con la fuerza que tiene cómo nos mostramos en la convivencia. De ese ejemplo se benefician los demás miembros de la familia cuando estamos con ellos. Y ese aprendizaje es el que más fuerza tiene y más poso deja.