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Oración vs hastío

A saturación mental, afectiva y social a la que nos está llevando el Covid-19 es difícil de medir y comparar. Y lo grave es que el dichoso virus todavía no parece disminuir su impacto, sembrando todavía mucha incertidumbre, mucho dolor, mucho temor, mucho cansancio y un sinfín de males más.

Es cierto que ésta no es la primera pandemia que atraviesa la humanidad. Ni muchísimo menos: existió la peste de Justiniano a finales del siglo VI d.C., la peste bubónica de la Edad Media o la gripe española de hace 100 años. En todas ellas, la tasa de mortalidad superó al 30% de la población mundial, así que imaginémonos el desastre. Lo que ocurre

es que con el Covid-19 todo se ha propagado a una velocidad inaudita, gracias a tantos medios de transportes velocísimos, y casi en tiempo real, amplificada por los medios audiovisuales del mundo entero, contribuyendo de manera única a generar una ansiedad y un pánico colectivo que nunca habíamos visto.

Como decía al principio, no podemos aún valorar las consecuencias de este virus, pero sí que padecemos el martilleo constante de la prensa escrita y audiovisual con los mismos mensajes una y otra vez, las contradicciones de los políticos y de sus medidas, los intereses inescrupulosos de las farmacéuticas, las opiniones dispares de científicos prestigiosos… ¿cómo no cansarse y, en última instancia, rebelarse contra el sistema que nos gobierna y nos dicta cómo comportarnos y cómo relacionarnos con los demás?

Ante tal nivel de revuelo y hartura, pienso que no está de más hacer un esfuerzo  y poner las cosas en perspectiva. O sea, volver a nuestros pilares más fundamentales. En una palabra, pienso que es decisivo que nos pongamos a orar con más frecuencia: ese diálogo sosegado, transparente y espontáneo con Dios, que no tiene por qué durar más de 5 ó 10 minutos diarios, constituye la vacuna perfecta e infalible. Y encima, gratuita.

De manera casi profética, entre mayo de 2011 y octubre de 2012, el papa Benedicto XVI impartió lo que se conoce como “Escuela de oración”, un total de 43 catequesis en sus audiencias de los miércoles dedicadas a la oración. O, mejor dicho, dedicadas a enseñarnos cómo orar. Es un recurso muy poderoso de una persona brillante que, con sus defectos, nos puede servir muchísimo, y me gustaría hablar más en alguna colaboración próxima sobre algunos puntos valiosos. Por ejemplo, en su primera alocución, remarcó cómo todo ser humano tiene el deseo de Dios inscrito en su corazón, tal y como prueban las culturas, épocas y civilizaciones más antiguas. Y así seguirá siendo en el futuro, también después del Covid.