En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo:
- Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.
Jesús lo siguió con sus discípulos.
Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría.
Jesús se volvió, y al verla le dijo:
- ¡Ánimo, hija! Tu fe te ha curado.
Y en aquel momento quedó curada la mujer.
Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
- ¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él.
Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie.
La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
Comentario del Papa Francisco
Una mujer que desde hacía doce años padecía flujos de sangre, a causa de esta enfermedad que, según la cultura del tiempo, lo hacía “impura”, ella debía evitar todo contacto humano: pobrecilla, estaba condenada a una muerte civil. Esta mujer anónima, en medio de la multitud que sigue a Jesús, se dice a sí misma: “Con solo tocarle el manto curaré” (v. 28). Y así fue: la necesidad de ser liberada la impulsó a probar y la fe “arranca”, por así decir, la curación al Señor. Quien cree “toca” a Jesús y toma de Él la gracia que salva. La fe de esto: tocar a Jesús y recibir de Él la gracia que salva. Nos salva, nos salva la vida espiritual, nos salva de tantos problemas.