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Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has revelado a la gente sencilla

En aquel tiempo, Jesús exclamó: 
- Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. 
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.

Comentario del Papa Francisco

“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Cuando Jesús dice esto, tiene ante sus ojos a las personas que encuentra todos los días por los caminos de Galilea; mucha gente sencilla, pobre, enfermos, pecadores, marginados… Esta gente lo ha seguido siempre para escuchar su palabra -una palabra que daba esperanza! Las palabras de Jesús dan siempre esperanza- y también para tocar incluso solo un borde de su manto. Jesús mismo buscaba a estas multitudes cansadas y agobiadas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, m35-36) y las buscaba para anunciarles el Reino de Dios y para curar a muchos en el cuerpo y en el espíritu. Ahora los llama a todos a  su lado: “Venid a mí”, y les promete alivio y consuelo. Jesús promete dar alivio a todos, pero nos hace también una invitación, que es como un mandamiento: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). El “yugo” del Señor consiste en cargar con el peso de los demás con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y el consuelo de Cristo, estamos llamados a su vez a convertirnos en descanso y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro. La mansedumbre y la humildad del corazón nos ayudan no solo a cargar con el peso de los demás, sino también a no cargar sobre ellos nuestros puntos de vista personales, y nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia.