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El Hijo del hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregarlo!

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: 
- ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? 
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. 
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: 
- ¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua? 
Él contestó: 
- Id a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: «El Maestro dice: mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos». 
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. 
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: 
- Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. 
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: 
- ¿Soy yo acaso, Señor? 
Él respondió: 
- El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido. 
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: 
- ¿Soy yo acaso, Maestro? 
Él respondió: 
- Tú lo has dicho.

Comentario del Papa Francisco

Hoy, a mitad de la Semana Santa, la liturgia nos presenta un episodio triste: el relato de la traición de Judas. Jesús en ese momento tiene un precio. Él elige con absoluta libertad: “Yo entrego mi vida… Nadie me la quita, sino que yo la entrega libremente”. (Jn 10, 17-18). Y así, con  esta traición, comienza el camino de la humillación, del despojamiento de Jesús. Como si estuviese en el mercado: esto cuesta treinta denarios… Una vez iniciada la  senda de la humillación y del despojamiento, Jesús la recorre hasta el final. Jesús alcanza la completa humillación con la “muerte de cruz”