En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos le contestaron:
- Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro le contestó:
- Tú eres el Mesías.
Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
Y empezó a instruirlos:
- El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro:
- ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
Comentario del Papa Francisco
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Esta es la pregunta más importante, con la que Jesús se dirige directamente a aquellos que lo han seguido, para verificar su fe. Pedro, en nombre de todos, exclama con naturalidad: “Tú eres el Mesías”. Jesús queda impresionado con la fe de Pedro, reconoce que esta es fruto de una gracia, de una gracia especial de Dios Padre. Y entonces revela abiertamente a los discípulos lo que le espera en Jerusalén, es decir, que “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho… ser ejecutado y resucitar a los tres días”. Al escuchar esto, el mismo Pedro se escandaliza. Llama aparte al Maestro y lo reprende. Jesús se da cuenta de que en Pedro, como en los demás dicípulos -¡también en cada uno de nosotros!- a la gracia del Padre se opone la tentación del Maligno, que quiere apartarnos de la voluntad de Dios.