En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida.
Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase.
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
- ¿Ves algo?
Empezó a distinguir y dijo:
- Veo hombres; me parecen árboles, pero andan.
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a casa, diciéndole:
- No entres siquiera en la aldea.
Comentario del Papa Francisco
(Él lo sacó de la aldea). Lo primero que Jesús hace es llevar a ese hombre lejos de la multitud: no quiere dar publicidad al gesto que va a realizar, pero no quiere tampoco que su palabra sea cubierta por la confusión de las voces y de las habladurías del entorno. La Palabra de Dios que Cristo nos transmite necesita silencio para ser acogida como Palabra que sana, que reconcilia y restablece la comunicación (6-9-2015. Es hermoso ver cómo Cristo admira la fe del ciego, que confía en Él. Él cree en nosotros más de lo que nosotros creemos en nosotros mismos.