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No utilizar a los hijos como “rehenes”

Lo que hemos escuchado del Apóstol Pablo, al inicio, es muy bonito, muy bonito. “Vosotros hijos obedeced a los padres en todo, eso agrada al Señor. Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos, para que no se desanimen”. Esto es una regla sabia, el hijo que es educado en escuchar a los padres, obedecer a los padres, que buscan no mandar de una forma fea, para no desanimar a los hijos. Los hijos deben crecer sin desanimarse, paso a paso.

Si vosotros, una familia, padres, decís a los hijos “subamos esa escalera y les lleváis de la mano paso a paso, les hacéis subir, las cosas irán bien.” Pero si les decís “vé allí, vé arriba”, “no puedo”, “vé”. Esto se llama exasperar a los hijos, pedir a los hijos cosas que no son capaces de hacer. Y por eso, esta relación entre padres e hijos es de una sabiduría, debe ser de una sabiduría, de un equilibrio grande. Hijos obedeced a los padres, eso gusta a Dios.

Crecer en responsabilidad

Y vosotros padres, no exasperéis a los hijos pidiendo cosas que no pueden hacer. ¿Entendido? Y eso se hace para que los hijos crezcan en la responsabilidad de los otros, parece una constatación obvia, pero incluso, también en nuestros tiempos, no faltan las dificultades. Es difícil educar, para los padres que ven a los hijos solo por la noche, cuando vuelven a casa cansados. Los que tienen la suerte de tener trabajo. Y más difícil aún para los padres separados, con la carga de esta condición.

Es muy difícil educar pero, pobres, han tenido dificultades, se han separado y muchas veces el hijo es tomado como rehén, el padre le habla mal de la madre, la madre le habla mal del padre. Y se hace mucho mal. Yo os digo, matrimonios separados, nunca, nunca, nunca, tomar al hijo como rehén. Vosotros os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida os ha dado esta prueba, pero que los hijos no sean los que lleven el peso de esta separación. Que los hijos no sean usados como rehén contra el otro cónyuge. Que los hijos crezcan escuchando que la madre habla bien del padre, aunque no estén juntos. Y que el padre habla bien de la madre. Para los matrimonios separados esto es muy importante, es muy difícil pero podéis hacerlo.

¿Cómo educar?

Pero, sobre todo, esta es la pregunta, ¿cómo educar?[i] ¿Qué tradición tenemos hoy, para transmitir a nuestros hijos?

Intelectuales, "críticos" de todo tipo, han acallado a los padres de mil maneras, para defender a las jóvenes generaciones de los daños -reales o presuntos- de la educación familiar. La familia ha sido acusada, entre otras cosas, de autoritarismo, de favoritismo, de conformismo, de represión afectiva que genera conflictos.

De hecho, se ha abierto una fractura entre la familia y la sociedad. Entre familia y escuela. El pacto educativo hoy se ha roto. Y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis porque ha sido socavada la confianza recíproca. Los síntomas son muchos. Por ejemplo, en la escuela se han erosionado las relaciones entre los padres y los profesores. A veces hay tensiones y desconfianza recíproca; y las consecuencias naturalmente recaen en los hijos. Por otro lado, se han multiplicado los llamados "expertos", que han ocupado el rol de los padres,aún en los aspectos más íntimos de la educación. Sobre la vida afectiva, la personalidad y el desarrollo, sobre los derechos y los deberes, los "expertos" saben todo; objetivos, motivaciones, técnicas. Y los padres deben solo escuchar, aprender y adecuarse.

Privados de su rol, (los padres) se convierten a menudo en excesivamente cargantes y posesivos en lo relacionado con los hijos, hasta no corregirles nunca. ¡Pero tú no puedes corregir al hijo! Tienden a confiar cada vez más a los “expertos”, también para los aspectos más delicados y personales de su vida, dejándoles en la esquina solos; y así los padres corren el riesgo de autoexcluirse de la vida de sus hijos. ¡Y esto es gravísimo! Hoy no, pensemos, hay casos, no digo que suceda siempre, pero hay casos. La maestra en la escuela, regaña al niño y hace un escrito a los padres. Yo recuerdo una anécdota personal, yo una vez cuando estaba en cuarto de primaria dije una palabra fea a la profesora. Y la profesora, buena mujer, hizo llamar a mi madre. Mi madre vino al día siguiente, han hablado entre ellas y luego me llamaron. Y mi madre, delante de la profesora, me explicó que lo que había hecho era algo feo, que no se debe hacer, pero con mucha dulzura lo hizo mamá. Y me dijo que pidiera perdón a la maestra. Yo lo hice y después me quedé contento porque pensé, ha terminado bien la historia. Pero ese era el primer capítulo. Cuando volví a casa, comenzó el segundo capítulo. Imaginadlo vosotros. Hoy, la maestra, hace una cosa como ésta y,al día siguiente, uno de los padres o los dos van a regañar a la profesora, porque los técnicos dicen que a los niños no hay que regañarles así. ¡Han cambiado las cosas! Los padres no deben autoexcluirse de la educación de los hijos.

Es evidente que este enfoque no es bueno: no es armónico, no es de dialogo, y en vez de favorecer la colaboración entre la familia y las otras agencias educativas, las escuelas, los gimnasios, tantas agencias educativas, las contrapone.

 


[i] En nuestra revista hay una Sección “Educar con garantías”, que da criterios.