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Milagros e intervenciones divinas

Tuvo que salir, poco después, el Prefecto de la Casa Pontificia y ex secretario personal de Benedicto XVI, monseñor Georg Gänswein, para desmentir aquella información. No hubo una experiencia mística al modo espectacular que muchos habíamos imaginado… sino una decisión que fue fruto, seguramente, de muchas reflexiones y de largos ratos en oración frente al sagrario.

Pese a mi corta experiencia, he podido ser testigo, en distintas partes del mundo, de cómo existen ciertas corrientes -por no llamarlas sectas- que están ganando adeptos a base de promover supuestas vivencias místicas con el más allá, con lo extrasensorial o con seres que no pertenecen a este planeta.

Entiéndase que no quiero negar la existencia de lo inmaterial, ni mucho menos. Pero sí rechazo la idea bastante extendida de que lo sobrenatural interviene día sí y día también, de modo arbitrario, grandilocuente, en la vida de creyentes o no creyentes.

Tal vez el materialismo que nos rodea, y al que estamos tentados de sucumbir, nos ha convencido de que aquello que no se toca, que no se ve o que no se oye simplemente no existe. Y por eso escondemos una inclinación a aceptar sólo la validez de lo sobrenatural si se manifiesta de modo palpable y pomposo.

Con frecuencia olvidamos, creo, que el catolicismo es una religión normal y corriente, carente de extravagancias y que pide la santidad en lo ordinario. El buen católico no tiene por qué llamar excesivamente la atención, ni coartar la libertad de otros recurriendo a amenazas aparatosas de condenación o a promesas de apocalipsis inmediatos.

Cristo vivió 33 años antes de morir en la Cruz, y de esos 33, optó por pasar 30 junto a sus padres. Fue su “vida privada”, en la que seguramente hizo grandes amigos y convirtió a bastantes de sus familiares. Sin embargo, nada se supo de él en la sociedad de entonces hasta que pasó a pregonar la buena nueva durante su vida pública. En líneas generales, no quiso llamar la atención, sino trabajar.

Los milagros, que de hecho ocurren, no suelen ser portada en los periódicos, justamente porque las intervenciones de Dios en el mundo no vienen acompañadas de grandes efectos especiales. El milagro, “un hecho sensible sin explicación natural que sólo la divina puede realizar”, es más bien escaso, o en cualquier caso poco llamativo.

Si a cada hora hubiera llamativos e irrefutables milagros de Dios en la Tierra, entonces nadie dudaría de la fe católica. En cambio, Dios quiere y respeta la libertad de todos y cada uno de los seres humanos. ¿Cómo explicarse, si no, que a pesar de los numerosos milagros que llevó a cabo Jesús en Jerusalén, hubiera tantos que desearan condenarlo y crucificarlo?