Usted está aquí

Milagro de la mula

Venía discutiendo San Antonio con un famoso hereje, llamado Bonillo, influyente personaje en la ciudad, que se negaba a admitir el misterio de transubstanciación (conversión del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesucristo). Antonio acumulaba pruebas de las Sagradas Escrituras y de la Tradición, pero todos sus esfuerzos chocaban con la obstinación de aquel infeliz. En vista de ello el Santo decidió cambiar de tácticas y recurrió al argumento irresistible del milagro.

-Tienes -le dijo- una mula que utilizas para montar. Ven con ella dentro de tres días. Yo saldré a su encuentro portando una hostia consagrada. Si se postra ante el Santísimo Sacramento, ¿admitirás la presencia real del Salvador en las especies eucarísticas?

-Sin duda alguna-, respondió el incrédulo que esperaba dejar en situación embarazosa al apóstol con semejante apuesta. Acordaron realizar la prueba tres días después. Para garantizar mejor el éxito, el hereje privó al animal de cualquier alimento.

En el día y hora fijados, Antonio que se había preparado con redobladas oraciones, salió de la iglesia portando el ostensorio en sus manos. Por el otro lado, el incrédulo llegaba sujetando al hambriento animal por las riendas.

Con una sonrisa en los labios, nuestro hombre, pensando ya triunfar, colocó ante el animal un saco de avena. Pero la mula, entregada a sí misma, se desvió del alimento que se le ofrecía y dobló las patas ante el augusto Sacramento; sólo se levantó después de haber recibido el permiso del Santo.

Es fácil de imaginar el efecto que produjo el milagro. El hereje mantuvo la palabra y se convirtió; varios de sus correligionarios abjuraron también de sus errores.

Juan Rigauld, antiguo biógrafo del Santo, no indica el lugar en donde el hecho ocurrió, pero la crítica actual apunta a Rímini.

Junto con el Sermón a los Peces, este es uno de los milagros en el que los artistas más se han recreado. En este caso, se trata de uno de los frescos de la Basilica de San Antonio, en Bolonia, ejecutado entre 1936 y 1939 por Antonio María Nardi, que se autorretrata en el margen derecho, apoyado en un lienzo, pincel en mano, dando el brazo a su mujer, y junto a ellos, de espaldas a nosotros, su hija María Pía.

Antonio María Nardi, nació en Ostellato (Italia) en 1897. Tras frecuentar la Academia de Bellas Artes de Bolonia comienza su carrera ilustrando libros y revistas. A partir de 1925 se dedica exclusivamente a la pintura, centrándose en el género sacro, y entregándose a la pintura mural y particularmente al fresco. En 1949 se traslada a Brasil dedicándose a obras de gran empeño en numerosas iglesias de Río de Janeiro. Niteroi, Belo Horizonte, etc. Tras 15 años de intensa actividad artística en el ámbito religioso en Brasil, es condecorado por el Papa Paulo VI con la Orden de San Silvestro. En 1965 regresa a Italia. Su última exposición en 1972. Fallece en Bolonia al año siguiente.