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Maestra de virtudes

Escritor

María es para nosotros Maestra de todas las virtudes y, por lo tanto, educadora de los cristianos. La Virgen es Maestra especialmente de caridad, pero también de prudencia, oración, docilidad, obediencia, sumisión, humildad, pureza, amabilidad, recogimiento, valor y resistencia en las tentaciones, adhesión a la Iglesia, vida y educación familiares y vida perfecta. Ella es Modelo para los consagrados, para los sacerdotes y para los laicos; es Modelo para las esposas y madres y asimismo para quienes consagran a Dios su virginidad. Es un referente al que debemos mirar los cristianos para asemejarnos lo más posible a Ella y así poder asemejarnos mejor a su Hijo, Jesucristo.

Frutos de la devoción mariana

Un elemento realmente grandioso de la verdadera devoción a María es que se trata de algo vivo y real, que nos aproxima a Ella y nos hace vivir en la claridad de su presencia. Nos permite recibirla dentro de nosotros y mirarla, experimentar su amor y su bondad, y hacer, bajo su guía y junto con Ella misma, actos de caridad para con los que están más necesitados, tanto espiritual como materialmente. También nos lleva a honrarla y a reconocer su hermosura y su poder, así como a acudir a su intercesión, a imitarla y a agradecerle sus favores.

Hemos de poner nuestras personas y cosas bajo el poderoso patrocinio de María, que lo ejerce extendiendo sobre todos su protección maternal y acudiendo en nuestro auxilio. Ella nos ofrece los auxilios que necesitamos y deja experimentar a los cristianos su asiduo auxilio, porque es nuestro socorro perpetuo y nuestro seguro refugio: las advocaciones de “Virgen del Socorro” y “María Auxiliadora” (muy unida ésta a la familia salesiana) responden a la realidad y se puede verdaderamente acudir a Ella con confianza. María es, desde luego, la Madre generosa y misericordiosa que tiene piedad de nosotros y llena la Tierra con sus gracias maternales.

La oración dirigida a María, y en general la devoción a Ella, sin duda la honran y son por nuestra parte una forma de reverenciarla, porque proclamamos su grandeza, le manifestamos nuestro respeto y le pedimos su intercesión, y todo eso nos lleva a imitarla. Además, esta piedad filial consuela sus dolores, pues encuentra el amor que se debe a su divino Hijo, la obediencia a la Iglesia y la observancia de los mandamientos y preceptos, justamente cuando en el mundo hay carencia general de todo ello. Al mirarnos, le pedimos que sienta la voz de Jesús, que nos presenta ante Ella como sus hijos, tal como lo hizo al pie de la Cruz con su discípulo amado.

Por esa Maternidad espiritual asumida de lleno en el Calvario, María escucha siempre a los que la invocan e incluso se adelanta a nuestras peticiones, como decía Dante. Hallarse bajo el poder de la Virgen Madre de Dios es un motivo de gloria para los cristianos, ya que Ella goza de potestad regia a la vez que está animada de amor materno. Y ésa es la causa de que la devoción a María sea fuente de innumerables beneficios para los hombres.

La tierna devoción a María es enormemente eficaz y fecunda, puesto que fomenta la vida de santidad y produce frutos de gran valor, tales como numerosas vocaciones y la admirable falange de santos, beatos y mártires que ya moran en el Cielo. Gracias a María conseguimos la transformación de nuestras almas en imágenes de su divino Hijo, al conocerle y amarle mejor y unirnos más íntimamente a sus misterios, recibiendo a Cristo de los brazos de su Madre. Y es que, a imitación de la Virgen, hemos de reproducir en nuestras almas su belleza por medio de una unión más perfecta a Jesús, de una fe que nos lleve a juzgar y razonar según Dios, de una integridad de corazón, de un amor que se transmita a los demás, y finalmente también mediante una gran fortaleza contra el demonio. Conseguimos así que la devoción mariana nos conduzca a la práctica integral de los principios de vida cristiana, lo cual se plasma en un crecimiento en las virtudes, un desarrollo de la fe, la doctrina recta, la preservación de los errores y de las herejías, un aumento de la esperanza y de la caridad, y un incremento del conocimiento y del amor de Cristo, así como un importante avance en nuestra unión con Él y en el gusto y el culto de Dios. También promueve otras virtudes, como la obediencia, la humildad, la docilidad a Dios, la pureza, la fuerza y el valor, e infunde seguridad y da la victoria. Causa asimismo la fecundidad y el gozo de nuestra vida y proporciona remedio a las dificultades y tentaciones. Además, la devoción mariana nos recuerda el Cielo en las empresas terrenas.