Usted está aquí

Los ángeles custodios o de la guarda

El Catecismo Romano publicado por el papa San Pío V a raíz del Sacro Concilio de Trento afirma con claridad:

“Porque la providencia de Dios ha dado a los ángeles la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre para que no reciban daño alguno grave […], nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste Patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados por su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen […]” (parte IV, cap. IX, n. 4). Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica promulgado por el Beato Juan Pablo II recoge una cita de San Basilio Magno en la que dice: “Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida” (n. 336; cf. Contra Eunomio, 3, 1).

En efecto, los ángeles (al parecer, más bien los de los coros inferiores) son enviados por Dios en ministerio sobre los hombres. Y es de doctrina completamente cierta según la fe que algunos ángeles son destinados para guarda y custodia de los hombres. De hecho, la Iglesia lo confirma en su Liturgia a través de la memoria de los Ángeles Custodios, actualmente celebrada el 2 de octubre. Según doctrina probabilísima y común entre los doctores, todos los hombres −bautizados o no− tienen su correspondiente ángel de la guarda.

Testimonios bíblicos y San Bernardo

La referencia más explícita a los ángeles custodios en la Sagrada Escritura es tal vez la que hizo Nuestro Señor Jesucristo al referirse a los niños (y también a quienes viven la infancia espiritual): “Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial” (Mt 18,10). Pero no es la única cita. En el Antiguo Testamento hay muchas que dejan ver con claridad la existencia de los ángeles custodios para personas o para el pueblo de Israel en su conjunto: “He aquí que enviaré mi ángel que vaya delante de ti y te guarde” (Ex 23,20; alguna versión lo expone así: “Voy a enviarte un ángel por delante, para que te cuide en el camino y te lleve al lugar que te he preparado”). Y también: “Mi ángel irá por delante y te llevará a las tierras de los amorreos, hititas…” (Ex 23,23). En algunos Salmos aparecen varias citas muy explícitas: “a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos” (Sal 90/91,11); “el ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege” (Sal 33/34, 8). O igualmente en textos sapienciales y de otros libros de la Biblia: “si tiene un ángel junto a él, un abogado entre míl, capaz de responder de su honradez, éste pedirá piedad en su favor” (Job 33,23-24).

San Bernardo de Claraval, de quien se ha dicho que “hablaba bíblico” por la soltura con que manejaba los textos de la Sagrada Escritura, tuvo gran devoción a los ángeles custodios. Además de algunas de estas citas, en un Sermón para su fiesta (Sermón XII sobre el Salmo 90)  aporta otras con gran naturalidad literaria para el tema y, dirigiéndose a Dios, le dice: “para que no haya nadie en el reino de los cielos desocupado en el cuidado de nosotros, Tú has nombrado a los ángeles benditos para cuidarnos (cf. Heb 1,14): Tú les has encargado de nuestra guarda y les has ordenado que obren como guías nuestros. No es bastante que Tú hagas a estos espíritus tus mensajeros (cf. Sal 103,5), sino que Tú tienes que hacerles también mensajeros de tus pequeños […], tus mensajeros para nosotros y nuestros mensajeros para ti”. El santo abad cisterciense, partiendo sobre todo de la cita del Salmo 90,11-12, se maravilla ante este ministerio angélico, concedido por Dios a favor nuestro; por nuestra parte, no corresponde sino reverencia, gratitud y confianza, y por eso exhorta: “Caminad con circunspección, recordando que los ángeles de Dios os acompañan en todos vuestros caminos, como el Señor les ha ordenado. En todo lugar, público o privado, mostrad respeto por vuestro ángel. ¿No es cierto que no os atreveríais a hacer en su presencia lo que no temeríais hacer en la mía?” Pero nuestra gratitud no la debemos sólo hacia Dios, que nos da los ángeles, sino hacia éstos mismos, “que con tanta caridad obedecen el divino mandato y nos ayudan en un apuro tan grande. […] Devolvámosles amor por amor. Honrémosles todo lo que podamos”, aunque dirigiendo siempre nuestra reverencia y nuestro amor finalmente hacia Dios.