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La Transfiguración

Transfiguración del Señor. Giovanni Francesco Penni, 1520-1528. Museo del Prado, Madrid
Y también me gustaría empezar agradeciendo a ese grupo [presente en la plaza] que se está manifestando y luchando “Por los olvidados de Idlib”. ¡Gracias! Gracias por lo que hacéis. Pero hoy rezamos el Ángelus así, para cumplir con las medidas preventivas y evitar pequeñas aglomeraciones de gente, que pueden favorecer la transmisión del virus.
El Evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta el relato de la Transfiguración de Jesús. Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan con Él y sube a un monte alto, símbolo de la cercanía a Dios, para abrirles a una comprensión más completa del misterio de su persona, que debe sufrir, morir y luego resucitar. De hecho, Jesús había comenzado a hablarles sobre el sufrimiento, la muerte y la resurrección que le esperaba, pero no podían aceptar esa perspectiva. Por eso, al llegar a la cima del monte, Jesús se sumergió en la oración y se transfiguró ante los tres discípulos: “su rostro - dice el Evangelio - se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”.
A través del maravilloso evento de la Transfiguración, los tres discípulos están llamados a reconocer en Jesús al Hijo de Dios resplandeciente de gloria. De este modo avanzan en el conocimiento de su Maestro, dándose cuenta de que el aspecto humano no expresa toda su realidad; a sus ojos se revela la dimensión sobrenatural y divina de Jesús. Y desde arriba resuena una voz que dice: “Este es mi Hijo amado [...]. Escuchadle”. Es el Padre celestial quien confirma la “investidura” - llamémosla así - de Jesús, ya hecha el día de su bautismo en el Jordán e invita a los discípulos a escucharlo y seguirlo.
El don del testimonio
Hay que destacar que, en medio del grupo de los Doce, Jesús elige llevarse a Pedro, Santiago y Juan con Él al monte. Les reservó el privilegio de ser testigos de la Transfiguración. ¿Pero por qué elige a los tres? ¿Porque son los más santos? No. Sin embargo, Pedro, a la hora de la prueba, lo negará; y los dos hermanos Santiago y Juan pedirán ser los primeros en entrar a su reino. Jesús, no obstante, no elige según nuestro criterio, sino según su plan de amor. El amor de Jesús no tiene medida: es amor, y Él elige con ese plan de amor. Es una elección gratuita e incondicional, una iniciativa libre, una amistad divina que no pide nada a cambio. Y así como llamó a esos tres discípulos, también hoy llama a algunos a estar cerca de Él, para poder dar testimonio. Ser testigos de Jesús es un don que no hemos merecido: nos sentimos inadecuados, pero no podemos echarnos atrás con la excusa de nuestra incapacidad.
No hemos estado en el Monte Tabor, no hemos visto con nuestros propios ojos el rostro de Jesús brillando como el sol. Sin embargo, a nosotros también se nos ha dado la Palabra de salvación, se nos ha dado fe y hemos experimentado la alegría de encontrarnos con Jesús de diferentes maneras. Jesús también nos dice: “Levantaos, no tengáis miedo”.
En este mundo, marcado por el egoísmo y la codicia, la luz de Dios se oscurece por las preocupaciones de la vida cotidiana. A menudo decimos: no tengo tiempo para rezar, no puedo hacer un servicio en la parroquia, responder a las peticiones de los demás... Pero no debemos olvidar que el Bautismo que recibimos nos hizo testigos, no por nuestra capacidad, sino por el don del Espíritu.
Que, en este tiempo propicio de Cuaresma, la Virgen María nos otorgue esa docilidad ante el Espíritu, que es indispensable para emprender resueltamente el camino de la conversión.
(ÁNGELUS - Plaza de San Pedro (Biblioteca del Palacio Apostólico) - Domingo, 8.3.2020)