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La Santísima Virgen María

María es la más perfecta, la más excelsa y la más hermosa de las criaturas salidas de las manos de Dios. Más aún: siendo por naturaleza inferior a los ángeles, ha sido sin embargo elevada por Él a la dignidad de Reina de los Ángeles. Y todo esto lo es porque desde la eternidad Dios la eligió amorosamente para ser la Madre de su Hijo. Por lo tanto, la Maternidad divina es la raíz de todos los otros privilegios y gracias con que Dios la ha ennoblecido.

Maternidad divina

María no es únicamente Madre de Jesús-hombre, sino Madre de Jesucristo entero, verdadero Dios y verdadero Hombre.

* En Jesucristo se unen la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona única del Verbo de Dios, la segunda de la Santísima Trinidad, el Hijo.

* Por esa unión de ambas naturalezas en la Persona única y divina del Verbo, María es verdadera Madre de Dios, según lo definió el Concilio de Éfeso (año 431) frente a la herejía de Nestorio. El gran protagonista de aquel concilio fue San Cirilo de Alejandría.

Virginidad perpetua

Por su Maternidad divina, Dios salvaguardó la Virginidad perpetua de María: por eso decimos que María es Virgen antes del parto, en el parto y después del parto.

Convenía que la que había de ser Madre de Dios conservara intacta su integridad y su pureza. María es verdadera Madre Virgen por acción directa del Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo divino en su seno:

* Sin intervención de varón, el Espíritu Santo creó en las entrañas de María un cuerpo y un alma humanos.

* En ese mismo instante, la Persona del Verbo se unió a ellos, asumiendo la naturaleza humana sin despojarse de la divina.

El nacimiento de Jesús sin quebrantar la Virginidad de María ha sido comparado con la luz que atraviesa un cristal sin romperlo.

María y la Santísima Trinidad

Por la Maternidad divina en la Encarnación, María ha sido asociada a la Santísima Trinidad como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, según rezamos en el Santo Rosario.

Inmaculada Concepción

Por su Maternidad divina, Dios concedió a María otro privilegio único: la Inmaculada Concepción.

Puesto que no podría transmitir a Jesucristo el pecado original y en atención a los futuros méritos redentores de su Hijo, Dios la preservó del pecado original en el instante de su Concepción.

Este dogma sería definido por el Beato Pío IX en 1854 (encíclica Ineffabilis Deus) y confirmado por la Santísima Virgen en Lourdes en 1858.

En consecuencia, Dios ha colmado a María de gracias, virtudes y santidad, haciendo de su alma y de su cuerpo un blanco resplandor de pureza que es motivo de imitación para el cristiano.