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La oración como encuentro

En un mundo agitado por la prisa, las pantallas y el ruido interior, el Papa Benedicto XVI nos ofrece una sabiduría serena, firme y profundamente cristiana sobre la oración.  A lo largo de su pontificado y en sus múltiples enseñanzas como teólogo, Benedicto XVI insistió en que orar no es una técnica ni un deber, sino ante todo un encuentro real y vivo con Dios, un diálogo de amor que transforma.

Durante las audiencias generales del año 2011, dedicadas a la oración, nos regaló algunas de las reflexiones más bellas y claras sobre esta dimensión esencial de la vida cristiana. “La oración no es algo accesorio o secundario; es cuestión de vida o muerte”, afirmó, recordando que el cristiano, sin la oración, se marchita por dentro, como un árbol sin agua.

La oración: diálogo y relación

Benedicto XVI enseñaba que la oración brota de la fe. No se trata de hablar al vacío, sino de una relación con un Tú que escucha, acoge, responde, aunque no siempre según nuestros tiempos o expectativas. Es un “respirar del alma”, decía, donde la criatura se abre humildemente al Creador, y este responde con amor paciente, como un padre que guía al hijo. La oración es, por tanto, un acto de confianza radical. Implica reconocer que Dios es Dios, que su voluntad es buena y que nuestro descanso está en Él. En una de sus homilías, el Papa Benedicto afirmó: “El hombre está hecho para la relación con Dios, y la oración es la expresión más alta de esa relación”.

Jesús, modelo de oración

Una de las líneas más claras de sus catequesis fue su insistencia en que Cristo mismo es el gran orante, y por tanto el modelo para nosotros. Jesús, siendo Dios, se retiraba a orar. En los momentos decisivos de su vida - el desierto, el Getsemaní, la cruz-  se dirigía al Padre con toda su humanidad. Si el Hijo oraba, ¿cuánto más lo necesitamos nosotros? Benedicto XVI veía en esto una invitación a hacer de la oración un lugar de unidad interior: “La oración de Jesús abraza toda la vida, tanto la alegría como el sufrimiento, y nos enseña a hacer lo mismo”. Así, el cristiano no ora solo en los templos, sino en medio de su vida, en sus luchas, trabajos, alegrías y oscuridades.

La Iglesia y la oración

Otro aspecto esencial en su pensamiento fue el carácter comunitario de la oración. La liturgia, especialmente la Eucaristía, es el lugar privilegiado del encuentro con Dios. En ella, el creyente no solo habla a Dios, sino que se deja modelar por Su Palabra y alimenta su fe. Para Benedicto, el silencio litúrgico no era vacío, sino plenitud: espacio donde Dios puede hablar y el hombre puede escuchar. Además, animó siempre a redescubrir la riqueza de la oración de los salmos, que son, como dijo, “la escuela de oración por excelencia”, donde el corazón humano se expresa en toda su verdad ante Dios.

Orar con el corazón humilde

En la línea de los grandes santos, Benedicto XVI subrayaba que no importa tanto “cómo oramos” sino con qué disposición lo hacemos. La oración humilde, sincera, perseverante es siempre escuchada, aunque no lo parezca. Decía: “Dios no es un mago que responde a nuestros caprichos, sino un Padre que sabe qué es lo mejor para nosotros”. La oración no nos aleja del mundo, sino que nos hace más conscientes de nuestras responsabilidades. Al salir del encuentro con Dios, el cristiano está llamado a llevar la luz de ese encuentro al prójimo, con obras concretas de caridad, justicia y paz. La oración, según Benedicto XVI, no es una fuga ni un privilegio de los piadosos: es el corazón del cristianismo. En ella se cultiva la fe, se enciende la esperanza y se ensancha la caridad. Orar es vivir en relación, en apertura, en entrega confiada. Y como nos enseñó con su vida, también en el silencio 00final de su retiro, la oración es la forma más alta de amor.