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La Iglesia necesita de este momento extraordinario

La Iglesia necesita de este momento extraordinario. No digo: es bueno para la Iglesia este tiempo extraordinario, no, no. Digo la Iglesia: necesita de este momento extraordinario. En nuestra época de profundos cambios, la Iglesia está llamada a ofrecer su contribución peculiar, haciendo visibles los signos de la presencia y de la cercanía de Dios. Y el Jubileo es un tiempo favorable para todos nosotros, porque contemplando la Divina Misericordia, que supera cada límite humano y resplandece sobre la obscuridad del pecado, podamos transformarnos en testigos más convencidos y eficaces.

Dirigir la mirada a Dios, Padre misericordioso, y a los hermanos necesitados de misericordia, significa poner la atención sobre el contenido esencial del Evangelio: Jesús  la Misericordia hecha carne, que hace visible a nuestros ojos el gran misterio del Amor trinitario de Dios. Celebrar un Jubileo de la Misericordia equivale a poner de nuevo en el centro de nuestra vida personal y de nuestras comunidades lo específico de la fe cristiana, es decir, Jesucristo, Dios misericordioso.

Un Año Santo, por lo tanto, para vivir la misericordia. Si, queridos hermanos y hermanas, este Año Santo nos es ofrecido para experimentar en nuestra vida el toque dulce y suave del perdón de Dios, su presencia al lado de nosotros y su cercanía, sobre todo en los momentos de mayor necesidad.

Seguir la voluntad de Dios

(…) Este Jubileo es un momento privilegiado para que la Iglesia aprenda a elegir únicamente “aquello que a Dios le gusta más”. Y, ¿qué cosa es lo que “a Dios le gusta más”? Perdonar a sus hijos, tener misericordia de ellos, de modo que también ellos puedan a su vez perdonar a los hermanos, resplandeciendo como antorchas de la misericordia de Dios en el mundo. Esto es aquello que a Dios le gusta más. San Ambrosio, en un libro de teología, que había escrito sobre Adán, toma la historia de la creación del mundo y dice “que Dios, cada día después de haber creado la luna, el sol o los animales, el libro, la Biblia dice y Dios dijo que esto era bueno, pero cuando ha creado al hombre y a la mujer, la Biblia dice que Dios dijo que esto era muy bueno” y San Ambrosio se pregunta por qué dice “muy bueno, por qué dice que está tan contento Dios después de la creación del hombre y de la mujer, porque finalmente tenía a alguno para perdonar”. Es bello ¡eh!  La alegría de Dios es perdonar, el ser de Dios es misericordia, por esto este año debemos abrir el corazón, para que este amor, esta alegría de Dios nos llene, nos llene a todos nosotros de esta misericordia.

El Jubileo será un “tiempo favorable” para la Iglesia si aprendemos a elegir “aquello que a Dios le gusta más”, sin ceder a la tentación de pensar que hay algo más importante o prioritario. Nada es más importante que elegir “aquello que a Dios le gusta más”, ¡su misericordia, su amor, su ternura, su abrazo, sus caricias!

Renovar las instituciones

También la necesaria obra de renovación de las instituciones y de las estructuras de la Iglesia es un medio que debe conducirnos a hacer la experiencia viva y vivificante de la misericordia de Dios.

(…) Este es el  que la Iglesia se pone en este Año Santo. Así reforzaremos en nosotros la certeza de que la misericordia puede contribuir realmente a la idificación de un mundo más humano. Especialmente en estos nuestros tiempos, en que el perdón es un huésped raro en los ámbitos, el reclamo a la misericordia se hace más urgente, y esto en cada lugar: en la sociedad, en las instituciones, en el trabajo y también en la familia.

(…) A la raiz del olvido de la misericordia, está siempre el amor propio. En el mundo, esto toma la forma de la búsqueda exclusiva de los propios intereses, placeres, de honores unidos al querer acumular riquezas, mientras que en la vida de los cristianos se disfraza a menudo de hipocresía y de mundanidad

Todas estas cosas son contrarias a la misericordia. Los lemas del amor propio, que hacen extranjera la misericordia en el mundo, son totalmente tantos y numerosos que frecuentemente no estamos ni siquiera en grado de reconocerlos como límites y como pecado. He aquí por qué es necesario reconocer el ser pecadores, para reforzar en nosotros la certeza de la misericordia divina. “Señor, yo soy un pecador, Señor soy una pecadora, ven con tu misericordia” y esta es una oración bellísima, es fácil eh, es una oración fácil para decirla todos los días, todos los días: “Señor yo soy un pecador, Señor yo soy una pecadora, ven con tu misericordia”.

Deseo que en este Año Santo, cada uno de nosotros tenga experiencia de la misericordia de Dios, para ser testigos de “aquello que a Dios le gusta más”. ¿Es de ingenuos creer que esto pueda cambiar el mundo? Si, humanamente hablando es de locos, pero «porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Cor 1,25).

(Tradución por Mercedes de la Torre.Radio Vaticano. 9.12.2015)

 


[1]1 Cor 1,25