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La humildad como virtud

Bernardo de Claraval define la humildad como “una virtud que incita al hombre a menospreciarse ante la clara luz de su propio conocimiento” (Liber de gradibus humilitatis et superbiae, I, 2). Santo Tomás de Aquino, en la Suma Teológica (S. Th., II-II, q. 161), asienta que la humildad es una virtud moral y la define como “una virtud del apetito irascible que refrena los deseos de propia grandeza, haciéndonos conocer nuestra pequeñez ante Dios”. Además, afirma que sigue en excelencia a la justicia.

Por lo tanto, y como enseña San Benito, la humildad nos llevará a poner la esperanza en Dios y a atribuir a Él todo lo bueno que uno tiene y todo el bien que uno tiene hace (Regla de San Benito, IV, 41-43; cf. Sal 72,28; 77,7): “Cuando viere en sí mismo algo bueno, atribuirlo a Dios, no a uno mismo; saber, en cambio, que el mal es siempre obra propia, y atribuírselo a sí mismo”. Igualmente expone San Benito ya claramente en el prólogo de la Regla cómo necesitamos de la gracia de Dios para avanzar en el camino de la virtud y cómo debemos hacerlo con humildad: se hospedarán en el tabernáculo del Señor y descansarán en su monte santo “los que, temiendo al Señor, no se envanecen por la rectitud de su comportamiento, antes bien, considerando que no pueden realizar el bien que hay en sí mismos, sino que es el Señor quien lo hace, proclaman la grandeza del Señor que obra en ellos, diciendo con el profeta: ‘No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria’. Igual que el apóstol Pablo tampoco se atribuyó

nada de su predicación cuando dijo: ‘Por la gracia de Dios soy lo que soy’. Vuelve a decir él mismo: ‘El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.

Ésta es también la enseñanza de la humildad de San Francisco de Asís, exhortando a remitir y restituir todo a Dios, sin apropiarse de sus dones como algo propio: “Come del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno que el Señor dice o hace en él; y de esta manera, por la sugestión del diablo y por la transgresión del mandamiento, lo que comió se convirtió en fruto de la ciencia del mal” (Avisos espirituales, n. 2); “Dichoso el siervo que restituye todos los bienes al Señor Dios, porque quien se reserva algo para sí, esconde en sí mismo el dinero de su Señor Dios (cf. Mt 25,18) y lo que creía tener se le quitará (cf. Lc 8,18)” (Avisos espirituales, n. 18).

La kénosis de Cristo,modelo de humildad

Jesucristo es el Maestro supremo de la humildad con su palabra y con su ejemplo. Él mismo se ha anonadado, se ha abajado haciéndose uno de tantos (este anonadamiento de Cristo es lo que en griego se conoce como la kénosis), y se ha humillado y obedecido al Padre. Al hacerse hombre no se despojó de su naturaleza divina, sino de la gloria que le correspondía como Dios para hacerse en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. El camino del abajamiento de Cristo hacia nosotros para nuestro posterior ensalzamiento hacia Dios por el camino de la humildad y de la obediencia queda sintetizado en el texto de San Pablo en la Carta a los Filipenses 2,5-11: “Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, no retuvo

ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo [de la condición divina], tomando la condición de esclavo, hecho en todo semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobretodo- nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”. La humildad, así, ya no es simplemente una virtud cristiana, sino que es imitar y seguir a Cristo.