Son muy bonitas las indicaciones que Él mismo nos da acerca de la oración escondida y el Padrenuestro, tal como las refiere San Mateo (Mt 6,5-13) y que vamos a tratar de tener en consideración y meditar.
Cabe decir que existen paráfrasis y comentarios de bastantes Padres de la Iglesia y de muchos santos sobre el Padrenuestro, que sin duda alguna reflejan la sublimidad e importancia de esta oración enseñada por el Maestro divino: Orígenes elaboró uno de los primeros comentarios; también otros Padres como San Agustín. En la Edad Media, podemos recordar la paráfrasis de San Francisco de Asís. Y entre los autores de la espiritualidad española del siglo XVI, es obligado mencionar a Santo Tomás de Villanueva y, desde luego, una buena parte del tratado Camino de perfección de Santa Teresa de Jesús. A petición de sus discípulos, ciertamente, Jesús les enseñó a orar. Su figura orante, en profunda oración, debía de impactar en ellos y producirles una fuerte impresión. En efecto, tal solicitud de los discípulos vino a continuación de uno de esos tiempos de oración de Jesús: «Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”» (Lc 11,1). Y entonces les enseñó el Padrenuestro (Lc 11,2-4), que San Mateo no enlaza exactamente con esta situación (Mt 6,9-13). No obstante, tanto en uno como en otro evangelista y estableciendo las concordancias que aquí no vamos a detallar, lo interesante es la enseñanza de Jesús sobre la oración, complementaria entre los relatos evangélicos, y que no es otra que la exposición de lo que realmente vivía el propio Jesucristo; pues de Él puede decirse, y con mayor razón y perfección aún, lo que San Gregorio Magno afirma acerca de San Benito: no pudo enseñar sino lo que él mismo vivía (Diálogos, lib. II, cap. 36).
La enseñanza de Jesús sobre la oración es, juntamente con la tocante a la limosna y al ayuno, la que propone la liturgia romana para la lectura del Evangelio del Miércoles de Ceniza, al inicio de la Cuaresma, pues son los tres elementos que caracterizan en buena medida este tiempo penitencial de cara a nuestra conversión interior. Lo directamente referido a la oración se encuentra en Mt 6,5-13, incluyendo la formulación del Padrenuestro. Pensemos, como hemos dicho, que es la enseñanza de lo mismo que Jesús vive y pone por obra.
Jesús enseña el retiro para la oración
«Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres» (Mt 6,5). En primer lugar, pues, Jesús nos exhorta a no buscar la alabanza de los hombres y evitar la vanidad espiritual, a evitar el deseo de ser tenidos por «espirituales» y por grandes orantes y contemplativos, «no desear que le llamen a uno santo antes de serlo, sino primero serlo, para que se le pueda llamar con verdad», como dice la Regla de San Benito (RB IV, 62). Jesús, ciertamente, cuando ora no va haciendo gala de ello por las sinagogas y a la vista de la gente, sino que fundamentalmente se retira a lo escondido, a la soledad y al silencio, a montes y lugares apartados e incluso al áspero desierto.