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Humanistas cristianos

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En unos tiempos en los que la nueva economía mercantilista estaba produciendo un aumento del número de pobres, a la par que el humanismo renacentista y las tendencias antropocéntricas reducían más o menos notablemente la visión cristiana de los pobres que había imperado durante el Medievo, es significativo el pensamiento de Luis Vives, que en 1526 publicó en Brujas (ciudad eminentemente comercial) su libro De subventione pauperum, donde atacaba tanto a ricos como a pobres y establecía las bases de la implantación de una asistencia estatal que controlase el fenómeno de la pobreza.

Las utopías cristianas del siglo XVI: autores y realización

En cuanto a Moro, canciller de Enrique VIII y finalmente sentenciado a muerte por su oposición al divorcio de éste y al posterior matrimonio con Ana Bolena, en su Utopía criticó duramente las injusticias sociales causadas en Inglaterra por el desarrollo abusivo de la ganadería lanera, que iba en detrimento de la agricultura y de los campesinos, y en la segunda parte de la obra propuso un modelo ideal de Estado, consistente fundamentalmente en una comunidad de bienes asentada sobre raíces que en su esencia eran cristianas y que nada tendría que ver con el futuro comunismo marxista. Campanella, en fin, inspirándose sobre todo en Platón y también en principios cristianos, en su Ciudad del Sol sostuvo otro modelo ideal de Estado comunista, menos humano y cristiano que el de Santo Tomás Moro y más impregnado de elementos naturalistas y casi neopaganizantes.

En este marco hay que situar las “Reducciones” o misiones de los jesuitas, en especial las que se establecieron en las zonas habitadas por los guaraníes del Paraguay y de otras regiones aledañas en los siglos XVII y XVIII. Fueron un intento de llevar la utopía a la realidad (se fundamentaban en parte en libros como la Utopía de Santo Tomás Moro), con un régimen comunal-paternalista de signo cristiano. Se trataba de concentrar a los indígenas en “reducciones” para promover su evangelización y atraerlos a la vida civilizada y se logró con gran éxito. La estructura de estas poblaciones se llevó a cabo según el modelo de las ciudades españolas de su tiempo y con las nuevas ideas urbanísticas renacentistas de cuño grecorromano que España plasmó en América: ciudades ordenadas en damero o plano reticular.

Según una fórmula trinitaria, cada “reducción” distribuía las tierras en tres partes: el Tupambaé o “posesión de Dios”, sostenido comunitariamente en régimen de trabajo cooperativo varios días a la semana para destinar sus beneficios a la manutención de la iglesia, de los asilos de viudas y huérfanos, granero común, colegio, etc.; el Tavambaé o tierra comunal, también cultivada de forma cooperativa para pagar los tributos reales y mantener las estructuras locales (talleres, hospedajes, caminos, medios de transporte y herramientas); y el Avambaé o propiedad privada de cada indio y su familia (hogar, chacra y yunta de bueyes; las semillas las proporcionaba el Tupambaé). Después de la cosecha comunitaria se hacía un reparto equitativo, con entregas periódicas cada dos meses para evitar la mala administración a la que estaban acostumbrados entonces los guaraníes. Bastantes “reducciones” llegaron a contar además con una importante cabaña ganadera. La jornada laboral no excedía de las seis horas, partidas por el descanso, la música o los juegos comunitarios. Y sin embargo, el rendimiento era muy elevado. Los corregidores (cargo ejercido por cinco años) y los alcaldes y otros miembros del cabildo municipal o ayuntamiento (elegidos por la comunidad cada año) eran indígenas subordinados al “rector” jesuita, función que propiamente se desdoblaba en el Pai Mini o doctrinero (al frente de lo espiritual) y el Pai Tuya (administrador de lo temporal). A los indios se les proporcionaba formación religiosa, cultural (por ejemplo, organizaron coros y orquestas de instrumentos con gran éxito), profesional e incluso militar.