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Hay que tener referentes y límites estables

Hay algo que daña mucho a los hijos y es no tener referentes y límites estables. Cuando los hay, las reacciones del padre/madre suelen ser sensatas y previsibles porque contemplan dichos referentes. Los hijos ven que el actuar de sus padres no es motivado por el capricho o el estado de ánimo que tienen en ese momento, sino por unas pautas y unos referentes que no varían. Así, los hijos saben que insultar, coger sin permiso, mentir, etc… está mal, independientemente del estado de ánimo que en ese momento tengan los padres.

La incoherencia entre el padre y la madre daña mucho en la construcción del carácter de los hijos. Si la madre le dice a un hijo que ha de comer con los cubiertos, el padre debe apoyarla. Es un error caer en la trampa y decir: "Déjalo y que coma como quiera, lo importante es que coma"…

Otro error bastante extendido es gritar para que hagan lo que les decimos. Conlleva humillación y provoca un deterioro en la construcción de la autoestima y en la relación paterno filial. La serenidad, sin embargo, transmite paciencia y confianza. Está comprobado que los hijos adoptan conductas serenas cuando están ante personas tranquilas que responden con un tono de voz sosegado y conciliador.

Por último señalo la impaciencia. Todos  los padres querrían que sus hijos hicieran las cosas bien... ¡ahora! Olvidan que nadie ha nacido sabiendo. Ni siquiera ellos mismos. Cualquier aprendizaje requiere de un tiempo y de unos ensayos. Hay padres que admiten en sus trabajos la necesidad de contar con un período de tiempo para aprender y, sin embargo, a sus hijos les exigen resultados inmediatos.

Es cierto que la vida enseña… pero lo óptimo es que, además, los hijos puedan contar también con la orientación acertada de sus padres.