Usted está aquí

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. 
Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: 
- «Effetá», esto es: «Ábrete». 
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. 
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: 
- Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Comentario del Papa Francisco

El milagro es un don que viene de lo alto, que Jesús implora al Padre; por eso, eleva los ojos al cielo y ordena: “¡Abrete!”. Y los oídos del sordo se abren, se desata el nudo de su lengua y comienza a hablar correctamente. Dios no está cerrado en sí mismo, sino que se abre y se pone en comunicación con la humanidad. En su inmensa misericordia, supera el abismo de la infinita diferencia entre Él y nosotros, y sale a nuestro encuentro: en el Bautismo, están precisamente aquel gesto y aquella palabra de Jesús: “¡Effatá! - ¡Ábrete!”: hemos sido curados de la sordera del egoísmo y del mutismo de la cerrazón y del pecado y hemos sido incorporados a la gran familia de la Iglesia; podemos escuchar a Dios que nos habla y comunicar su Palabra a cuantos no la han escuchado nunca o a quien la ha olvidado.