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Forjar una personalidad equilibrada y madura

A diferencia entre el carácter y el temperamento es que el primero es adquirido y el segundo es genético. El temperamento no lo podemos modificar. El carácter sí, mediante el esfuerzo personal o las experiencias que vivimos. La conversación con otros te servirá para conocerte mejor y descubrir los talentos que tienes, si eliges bien al interlocutor. Apuntala los puntos fuertes que descubras en ti y trabaja los débiles. El carácter no es innato, es aprendido. Desde que nacemos, estamos en constante interacción con el entorno, y de él recibimos una serie de refuerzos, “positivos y negativos” que van a condicionar enormemente con qué nos identificamos y con qué no. Ponte objetivos quincenales para mejorar el carácter y centrar la lucha –evitando así– la dispersión. Si, por ejemplo, te marcas como objetivo mejorar el autocontrol, cuando hayas tenido una discusión con alguien reflexiona sobre lo siguiente: ¿Me he dado cuenta de cómo ha empezado todo? ¿En qué momento he perdido el control? ¿Podría haber reaccionado de otra manera? ¿Qué consecuencias he podido ocasionar al actuar así? Conseguir las virtudes hace que tu temperamento no te domine. Si te faltan virtudes, serás esclavo de tu temperamento. Y así, una persona impulsiva, que se haya esforzado en conseguir la virtud de la prudencia, se convierte en más reflexiva. O si es ansiosa y dudosa, inspirada por la misma virtud, se siente impulsada a actuar y a no demorarse. Las virtudes estabilizan nuestra personalidad y relegan las manifestaciones extremas. El temperamento no tiene que ser un obstáculo para el liderazgo. El obstáculo real es la falta de carácter, que nos deja secos, sin energía moral, y bastante incapaces para ejercer el liderazgo. Por último, ten la constancia de Demóstenes que, siendo tartamudo, a base de esfuerzo, consiguió llegar a ser un excelente orador.