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Fiesta en el hogar

Fiesta en el hogar

La celebración es sencilla, pero muestra un cariño muy especial, que brota profundo del corazón. En la entrada de esta austera casa de familia, con el suelo de madera un tanto desgastado y las paredes de cal, casi desnudas, la mujer está montando un altar a la Inmaculada. Lo hace todos los años, en la víspera de su fiesta. Sobre un robusto aparador, coloca un mantelito blanco, dos jarroncillos de cerámica y un par de candelabros de latón con sendas largas velas. Ha recogido en ese cesto de mimbre que vemos en el suelo, algunas flores y ramas del campo, para completar los adornos y hacer una pequeña alfombra silvestre, con hojas otoñales, formando un salteado reguero.

Sentado en una silla de mimbre, su marido, convaleciente de algún tropiezo a juzgar por el bastón en el que apoya la mano, la observa con afecto y un toque especial de agradecimiento. Es sargento de infantería y honrar a su patrona es, en buena medida, festejarle también a él.

Con aire un tanto pensativo, se entretiene viendo la alegría que pone su mujer en el empeño. Y a su mente afloran con nostalgia recuerdos de chiquillo, cuando en la escuela le mandaban hacer algún dibujo, adornándolo con brillantina, para llevarlo a casa y regalárselo a su madre. La Inmaculada era el gran día de las madres. Se vino festejando así hasta 1965, cuando por la influencia comercial americana se pasó al mes de mayo.

En aquél entonces, la festividad de la Inmaculada marcaba la fecha a partir de la cuál podía pensarse en turrones, luces de Navidad y belenes. El frenesí comercial no había invadido del todo la existencia cotidiana.

Esta obra de Cusachs apareció publicada en la revista “Álbum Salón” –Primera Ilustración Española en colores-- en diciembre de 1897. Tengo la lámina enmarcada en el recibidor de mi casa, como homenaje a la Virgen. Me la regaló un buen amigo lusitano, entusiasta de los caballos… y de España. Le estoy muy agradecido y al entrar y salir, con frecuencia le dedico un pensamiento, en mi saludo a la Inmaculada.

José Cusachs y Cusachs, nació el 19 de julio de 1851 en Montpellier​ (Francia) de forma accidental, estando sus padres de viaje, pero toda su vida transcurrió entre Barcelona y Mataró. En 1865 ingresó en la Academia Militar de Artillería de Segovia, pero en 1882 se retira de la carrera militar con el rango de comandante para dedicarse en exclusiva al arte. Sus dibujos y retratos fueron en su mayoría de escenas militares, aunque también hizo retratos oficiales de personalidades tan destacadas como el rey Alfonso XII, el general Juan Prim y el presidente de México Porfirio Díaz. Además de firmar pinturas de temática militar, Cusachs también se atrevió con representaciones de origen religioso, como La huida de Egipto, obra que se puede ver en el Monasterio de Montserrat. Falleció en Barcelona, en 1908.