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Familia y lenguaje

Desde mi punto de vista, es tal la influencia mutua entre familia y comunicación que no se entiende del todo a una sin la otra. La familia, lo sabemos, la constituyen personas. No existe familia sin éstas. Y, al mismo tiempo, a la persona no se la entiende en soledad. Es preciso comprender que, como decía un filósofo español, “para aprovechar mejor el potencial humano hay que consolidar la institución familiar.”

Al mismo tiempo, el lenguaje se cultiva cuando existe reciprocidad. Y si queremos comunicación auténtica en la familia, debemos asegurarnos de que ante todo reine el buen humor. En el hogar sólo existirá comunicación enriquecedora cuando impere un ambiente positivo y de simpatía. Si las relaciones familiares son frías o simplemente cordiales, resulta  imposible que allí germine la confianza y la apertura personal. Por eso es decisivo que gobierne el optimismo sobre el pesimismo, la predisposición alegre sobre la visión ceniza. Hay que evitar los tremendismos, las ironías hirientes, los rumores dañinos, las quejas improductivas, las críticas insípidas, las discusiones banales. No en vano se afirma que “cuando a un ser humano se le valora positivamente, se le hace un gran favor, porque entonces él hace lo posible por estar a la altura de esa valoración. En cambio, cuando se le valora de modo mezquino, esa persona no hace nada por superarse”.

La intimidad familiar

Por otro lado, ahora las nuevas tecnologías parecen ir en contra de la intimidad familiar y del espacio que requiere ésta. ¡Qué frecuente es la escena de la cena diaria frente al televisor, o del almuerzo con el teléfono celular en la mesa! Existe, así, un lógico temor a pensar que la pedagogía familiar y la comunicación corren el riesgo de deteriorarse por culpa de los aparatos más recientes. Pero las cosas en educación no son matemáticas. Y no necesariamente una cosa implica la otra. A este respecto, tal vez tengamos que concluir que, como explicaba otro pensador, “el ambiente exterior entrará en una familia en la proporción exacta en que nosotros dejemos ese hogar vacío; por el contrario, si sabemos llenarlo de vida, resulta prácticamente imposible que en él se cuele nada inconveniente, por la sencilla razón de que no quedarán espacio ni tiempo libres.”

Persona, familia y sociedad son inseparables. Juntas componen un trío de extraordinario valor. Cuando cultivamos una, los efectos repercuten, sí o sí, en las otras dos. Al final, lo más importante en toda educación, que en el fondo busca beneficiar a esas tres realidades, es el amor, y no tanto el conjunto de reglas pedagógicas que nos hayan querido imponer. Querer a la otra persona desde el fondo de uno mismo es fuente de equilibrio y facilita el crecimiento en el resto de virtudes.