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Ese lejano aliado

Reconocer los atributos y las virtudes del prójimo suele traer consigo una serenidad placentera, una felicidad que quizá costaba adivinar antes del elogio o de un simple gracias. Me gusta entender el buen humor como la manifestación de la alegría. No todo buen humor esconde una alegría auténtica, claro está, pero creo que de ésta siempre se deriva el buen humor, en mayor o menor medida. Cuando mantenemos una actitud generosa, una mirada más preocupada por lo que les ocurre a los demás que por lo que se nos antoja, Dios se encarga de reconocernos la generosidad y de brindarnos una satisfacción difícil de describir, como un júbilo interior, a prueba de balas, que perdura en el tiempo.
No es raro caer en la cuenta de que un buen puñado de nuestros agobios y lamentos son sólo el fruto de obsesionarnos con cómo nos sentimos, cómo nos vemos a nosotros mismos, cómo queremos hacer o decir una determinada cuestión. Pero si cambiamos el chip, el mundo se aclara, los problemas se simplifican y nuestro ánimo se aligera enormemente.
Deseo hacer una invitación al lector a leer con calma la oración del buen humor escrita por Santo Tomás Moro, patrón de los políticos -que en estas fechas pueden presumir, a menudo, de muchas cosas, pero rara vez de alborozo- y quien ya sabemos que sufrió lo indecible por mantenerse firme en sus principios.
Oración del buen humor
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.

Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.

Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.

Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama: yo.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Así sea. 
(Santo Tomás Moro).