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Esa "cosa" llamada fe

Pero son polémicas elegantes, porque todos se muestran respetuosos entre sí, al menos de palabra. No hay espacio para la descalificación o el insulto. Ni siquiera para la burla. Hasta el tipo más raro o excéntrico merece ser escuchado. La fama que tiene este país de acoger a cualquier persona es cierta, como si cada ciudadano dijera: todos somos libres, todos merecen tener sus propias creencias y, por tanto, cualquier cosa es permisible.

Esto se aplica también - por no decir especialmente - al ámbito de la religión. Hay casi tantas iglesias y sectas como personas. Es algo positivo, qué duda cabe, porque la pluralidad, expresión evidente de cualquier democracia, es necesaria para crecer personal y socialmente.

Peligro de relativismo

Aunque existe también, y sobre esto quiero profundizar un poco, el riesgo claro del relativismo generalizado. Vamos, que a base de defender la libertad y la tolerancia extremas, parece que todo da igual con tal de que no estorbe. Y no, el hecho es que no es así.

Desde hace meses vengo insistiendo en la importancia de que nosotros, los católicos, jóvenes y adultos, profundicemos en nuestra fe, ésa que entendemos como “la verdadera”; de que reflexionemos sobre ella; de que no nos conformemos con lo que oímos o nos enseñan y tratemos de descubrir el porqué de nuestras costumbres y creencias. No hay debilidad más grande que la ignorancia.

Muchos enemigos del catolicismo nos critican porque hablamos de una moral y unas reglas que luego somos los primeros en incumplir. A veces no les falta razón. Efectivamente, somos humanos y nos equivocamos igual que todos, pero nos diferencia una fe que no viene de nosotros, sino de Cristo. Justamente por eso debemos intentar identificarnos con ella: descubrirla. Para predicar es preciso ahondar antes en el mensaje de cristiano; rezar su doctrina y la de tantos santos; revolvernos contra ella, si hace falta, para salir después más fortalecidos.

Cuando hablamos a alguien de Cristo, del cielo y del infierno, del valor supremo de la caridad, lo hacemos gracias a Dios mismo. No exponemos las directrices de una corriente ideológica bonachona, o una simple opinión, sino la Verdad que hemos recibido y que intentamos entender.

La fuerza del mensaje de Cristo

Nuestra religión es mucho más que una moral o un conjunto de prohibiciones. Sin una base doctrinal, sin un esfuerzo continuo por comprender y meditar a fondo el mensaje de Cristo, es fácil que acabemos construyendo un castillo de arena. Es absurdo que hablemos de los mandamientos, de lo que está bien y de lo que está mal, si somos incapaces de dar razón de ello. Hay que escuchar las palabras que nos dirige el Papa todas las semanas. Hay que volver, una y otra vez, sobre el Evangelio, hay que consultar con la propia conciencia qué es realmente lo correcto.

No importa si somos universitarios, con cosas más importantes que estudiar, o trabajadores, con jornadas extenuantes que nos impiden sacar apenas un par de horas de tiempo libre a la semana. Tendríamos que hallar un momento semanal, como mínimo, para recapacitar sobre Cristo, sobre su mensaje, sobre la labor de tantos hermanos nuestros, a lo largo de los cinco continentes, y caer en la cuenta de cuánto podemos y debemos hacer. Porque lo entendemos y porque queremos.