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En el Año de la fe: La grandeza de creer

 Asimismo, durante el último viaje a Alemania afirmó: «¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente”.

Como podemos notar, dos ideas se repiten con frecuencia: la fe se debe repensar y vivir. El Año de la fe puede ser una ocasión propicia para ello. Un verdadero momento de gracia que se debe aprovechar para permitir que la gracia ilumine la mente y que el corazón  la acoja a fin de que aparezca la grandeza de creer como oferta válida para los hombres y mujeres de hoy.

Acoger el don de Dios

Una mente iluminada por la gracia de la fe debería ser capaz, ante todo, de clarificar las razones por las que tiene para creer. En estos últimos decenios, el tema no se ha propuesto en teología ni, en consecuencia, en la catequesis. Sin una sólida reflexión teológica capaz de presentar las razones de la fe, la opción del creyente se desvirtúa. Se queda en una rutinaria repetición de fórmulas o de ritos, pero no lleva consigo la fuerza de la convicción. No es sólo cuestión de conocimiento de contenidos, sino acogida libre del don que Dios nos da.

Se puede hablar de fe como si se tratara de fórmulas sabidas de memoria. Sin embargo, si falta la fuerza de la opción sostenida por una confrontación con la verdad sobre la propia vida, todo se viene abajo. La fuerza de la fe es alegría de un encuentro con la persona viva de Jesucristo, que cambia y transforma la propia vida. Saber dar razón de esto permite a los creyentes ser nuevos evangelizadores en un mundo que cambia. La fe no es racional, pero el creyente tiene razones para que creer y puede comunicarlas razonablemente a los demás.

Fe vivida

El segundo aspecto, señalado por Benedicto XVI, es que ha de ser una fe vivida. Esta fe es tanto más necesaria cuanto más se capta el valor del testimonio. Por lo demás, precisamente en referencia a la evangelización, Pablo VI afirmaba sin titubeos que  «el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos» (Evangelii nuntiandi,  41). A pesar de que han pasado decenios, esta verdad  sigue manteniendo plena actualidad. El mundo contemporáneo tiene hambre de testigos. Siente una necesidad vital de testigos, porque busca coherencia y verdad. Testigos de esta verdad, de su belleza y de todo lo bueno podemos ser cualquiera de nosotros. Hay que quererlo y pedirlo con fuerza al Espíritu Santo.

Estamos ante el tema del cor ad cor loquitur, el corazón que habla al corazón, que tuvo en Newman un verdadero maestro. Una fe que conlleva las razones del corazón es más convincente, porque tiene la fuerza de la coherencia entre razón y fe. Así pues, el desafío es poder conjugar la fe vivida con  su comprensión para dar razón de ella a nuestros hermanos, creyentes o no.