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El sueño de José

El sueño de José. Philippe de Champaigne, vers 1642. The National Gallery, Londres.

El santo varón trata de conciliar el sueño, antes de partir. Philippe de Champagne nos lo muestra vestido, preparado ya para el viaje, con un manto dorado, sobre túnica azulada, recostado en una robusta butaca. Los pliegues de su manto, la posición de sus manos, los mismos pies que asoman descalzos junto a sus desabrochadas sandalias, transmiten una sensación de gran dignidad. Los instrumentos de su trabajo, sierra, martillo, escoplos... abandonados en el suelo. Va a huir.

No halla remedio más oportuno a su dolor. Sabe que su esposa es perfecta, no ve en Ella nada que no la acredite por santa, pero no puede negar la evidencia: está en cinta. Y no alcanza ese misterio. No quiere ofender su virtud repudiándola oficialmente. Reza con fervor ante lo que no comprende y, encomendándose a Dios, toma la resolución de repudiarla en privado, abandonarla sin dar explicación. Será tachado de malvado, pero la honra de su esposa permanecerá intacta.

Pero en la quietud de la noche, sumergido en un sueño muy próximo a la consciencia, un ángel del cielo le habla al oído. En el rostro de San José, rendido, los labios entreabiertos, con la cabeza reclinada sobre ese gran almohadón, conseguimos escuchar el eco de las angélicas palabras: “José, hijo de David, no temas de recibir contigo a María, tu mujer, pues su concepción es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás el nombre de Jesús; porque Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo, 1, 20-21).

María aparece en segundo plano, arrodillada. Conocía la angustia de su marido y no le habían pasado desapercibidos sus preparativos. Serena, en la distancia, se mantiene en silencio y confía en el Señor.

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¡Confianza, confianza, confianza! ¡Excelente y rara virtud!

¡Cuántas veces Nuestro Señor nos invita a la confianza!  “Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones. Vos murmuráis en lo más hondo de nuestras conciencias palabras de dulzura y de paz. A nuestras presentes miserias repetís aquellas palabras que el Maestro daba frecuentemente durante su vida mortal: “¡Confianza, confianza!” *

¡Hombres de poca fe!, ¿por qué dudamos?

* “Le livre de la Confiance”. Rvdo. P. Thomas de Saint Laurent. Abanel Prères, 1927. Avignon, Francia.

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V I D A

Philippe de Champaigne nació en Bruselas, en 1602 en una familia de buena posición. Al contrario de lo habitual en la época, no se formó con Rubens, líder de la pintura flamenca, aunque muestra mucha semejanza en la frescura de los tonos azul intenso, rojo púrpura y rosa que utiliza.

Se estableció en París y trabajó con dos modestos pintores de la tradición manierista: Lallemand y Duchesne, casándose con una hija de éste último. En esa época se hizo amigo de Nicolás Poussin, un joven aún desconocido. Bajo la dirección de Duchesne, Philippe de Champaigne y Poussin colaboraron en la decoración del Palacio de Luxemburgo, erigido según deseos de María de Médicis, que ejercía de reina regente durante la minoría de edad de su hijo, el futuro Luis XIII. Sirvió también al Cardenal Richelieu, a quien retrató en once pinturas. Fue uno de los miembros fundadores de la Real Academia de Pintura y Escultura. Murió en París, a los 72 años.