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El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo

Evangelio del día

En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. 
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: 
-"¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte." 
Jesús se volvió y dijo a Pedro: 
-"Quítate de mí vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios." 
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: 
-"El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. 
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. 
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? 
¿O qué podrá dar para recobrarla? 
Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta." 

Comentario del Papa Francisco

Llegamos hoy a un momento crítico en el que emerge el contraste entre el modo de pensar de Jesús y el de los discípulos. Pedro, incluso, siente el deber de reprender al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final tan infame. Entonces Jesús, a su vez, reprende duramente a Pedro, lo pone “a raya”, porque no piensa “como Dios, sino como los hombres” y sin darse cuenta las veces de Satanás, el tentador. Es necesario renovarse continuamente recurriendo a la savia del Evangelio. ¿Cómo se puede hacer esto en la práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio cada día, de modo que la Palabra de Jesús esté siempre presente en nuestra vida. Recordadlo: os ayudará llevar siempre el Evangelio con vosotros: un pequeño Evangelio, en el bolsillo, en la cartera, y leer un pasaje durante el día. Evangelio, Eucaristía, oración. Gracias a estos dones del Señor podemos configurarnos no al mundo sino a Cristo, y seguirlo por su camino, la senda del “perder la propia vida” para encontrarla de nuevo (v. 25). “Perderla” en el sentido de donarla, entregarla por amor y en el amor -y esto comporta sacrificio, incluso la cruz- para recibirla nuevamente purificada, libre del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad.