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El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. 
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio y, colocándola en medio, le dijeron: 
- Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices? 
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. 
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. 
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: 
- El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. 
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. 
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. 
Y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. 
Jesús se incorporó y le preguntó: 
- Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado? 
Ella contestó: 
- Ninguno, Señor. 
Jesús dijo: 
- Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

Comentario del Papa Francisco

“Los fariseos” tenían dentro del corazón la corrupción de la regidez. Se creían puros porque observaban “la letra de la ley” y porque de decían: “La ley dice esto y se debe hacer esto”. Pero no eran santos, eran corruptos, porque una rigidez de este género solamente puede ir adelante en una doble vida y estos que condenaban a estas mujeres, después iban a buscarlas de manera escondida, para divertirse un poco. Los rígidos son, uso el adjetivo que Jesús les daba a ellos, hipócritas. Tienen una doble vida. Con la rigidez no se puede ni siquiera respirar… El “tampoco yo te condeno” es una de las palabras más hermosas, porque estn llenas de misericordia.