SÍ lo expresa San Pablo: “el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26). Él lleva, por tanto, nuestra oración ante el Padre, y no es que los gemidos se produzcan en Él, sino que los produce en nuestro espíritu haciendo nuestra oración pura y grata a Dios; no ora por nosotros, sino que pone la oración en nuestros corazones y en nuestros labios. Y así, “el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu y que su intercesión por los santos es según Dios” (Rom 8,27). Y si esto es cierto con relación a la oración personal, aún lo es más al tratarse de la oración de
toda la Iglesia.
De ahí la importancia de la oración litúrgica, que es la oración de la Iglesia, inspirada y alentada por el Espíritu Santo. La oración litúrgica es oración de la Iglesia; no es de libre composición, sino de inspiración divina; no es la autocelebración de una asamblea que se
celebra a sí misma (crítica que muchas veces hacía Benedicto XVI a la anarquía y la “creatividad litúrgica” de ciertos grupos, parroquias, etc.), sino oración que se dirige a Dios y que el mismo Dios inspira. Como expresa San Pablo, es oración compuesta de “salmos, himnos y cánticos inspirados” (Ef 5,18-19; Col 3,16); oración conformada por textos de la Sagrada Escritura y de la riquísima Tradición inspirada de la Iglesia. Así lo dice el Apóstol de los Gentiles:
*Ef 5,18-20: “dejaos llenar del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos
inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Dad siempre gracias a Dios Padre por todo, en nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
*Col 3,16: “Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con himnos, salmos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él”. Por eso, es importante celebrar la Sagrada Liturgia conforme a las normas de la Santa Iglesia y las rúbricas de los libros litúrgicos. Es fundamental que la oración litúrgica, comenzando por la Santa Misa, se celebre en la Iglesia y con la Iglesia: en el seno de la Iglesia y con toda la Iglesia. Dentro de esto, la propia Iglesia concede una diversidad dentro de la unidad, como lo refleja la diversidad de ritos legítimamente reconocidos por su antigüedad y larga tradición.
Nunca hay que olvidar algo esencial: el Espíritu Santo suscita la santidad de la Iglesia y hace realidad lo que se celebra en los sacramentos y que éstos sean eficaces para nuestras
almas. Cuando en la Santa Misa tiene lugar la consagración, el Espíritu Santo desciende sobre las especies del pan y del vino para que se transformen realmente en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo; se le invoca para ello (epíclesis). Las liturgias orientales siempre han remarcado la acción fundamental del Espíritu Santo en la consagración.
Conclusión
Oremos al Espíritu Santo, pidámosle que nos conceda sus siete dones, que haga efectivos en nosotros sus frutos, que nos permita conocerle mejor a Él mismo y conocer mejor al Padre y al Hijo, que nos aliente el deseo del Cielo y el ansia de penetrar en la vida trinitaria. Pidamos también al Espíritu Santo que nos haga ser conscientes de que Él suscita la santidad de la Iglesia y de que Él hace realidad lo que se celebra en los sacramentos y que éstos sean eficaces para nuestras almas. Momentos muy adecuados para pedir la luz y la fuerza al Espíritu Santo son, por ejemplo: cuando un sacerdote se dispone a confesar, cuando una persona debe dar un consejo, cuando tenemos un problema que no sabemos cómo resolver, cuando vamos a estudiar o a redactar algo, cuando nos asalta una tentación, etc.