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El Cristo de la Vega

Cristo de la Vega

Tres siglos después, el rey visigodo Sisebuto (612-621), estimulado por San Eladio obispo, la transformó en suntuosa basílica, y allí tuvieron lugar algunos de los famosos Concilios de Toledanos.

Primitivo templo visigótico

El primitivo templo visigodo fue reedificado en 1166, tras la reconquista de la ciudad a los musulmanes, y conserva de esta época el ábside mudéjar, decorado exterior e interiormente, con cuatro órdenes de esbeltas arquerías ciegas, apreciándose también estos de policromía.

Posteriormente, el edificio sufrió repetidas ruinas y reedificaciones: en el siglo XV lo restauró el Cardenal Mendoza, en el XVIII se hizo de nuevo. Tras la Guerra de Independencia tuvo que volverse a reedificar. Fue entonces cuando se suprimió el título de abad de Santa Leocadia y con ello el templo fue renombrado oficialmente como Ermita del Cristo de la Vega.

Este Cristo singular, de autor desconocido, ya era venerado allí al menos desde 1612,  fecha en la que Francisco de Pisa mencionara la famosa leyenda que años más tarde universalizará José Zorrilla con su poesía de versos octosílabos “A buen juez, mejor testigo”.

A buen juez mejor testigo

Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Diego se va a la guerra, pero Inés pide a Diego que se case con ella cuando vuelva. Ante el Cristo de la Vega, Diego jura casarse con ella al cabo de un mes a su regreso de Flandes. Pasó el tiempo y Diego no regresaba. Mientras, Inés lo esperaba impaciente. Tres años más tarde, Inés reconoció a Diego al frente de un grupo de caballeros que entraban a Toledo. Salió corriendo en su busca, pero Diego, que contaba con una nueva posición social, al ser ahora capitán, había olvidado sus promesas y, girando el caballo, renegó de su juramento.

Desesperada la joven pidió al gobernador de Toledo, don Pedro Ruiz de Alarcón, que intercediera.

Al solicitar testigos, Inés se atrevió a presentar al único que tenía: el Cristo de la Vega. El tribunal en pleno y muchos curiosos acudieron a la iglesia y se arrodillaron ante el Cristo.

Tras preguntarle si había sido testigo del juramento, se oyó un “sí, juro· y los testigos pudieron ver que el Cristo tenía los labios entreabiertos como si hubiera hablado y la mano desclavada y estirada como para posarla en los autos. Admirados, los dos amantes, decidieron retirarse a sendos conventos:

Las vanidades del mundo / renunció / allí mismo Inés, / y espantado de sí propio / Diego Martínez también. Los escribanos, temblando / dieron de esta escena fe, / firmando como testigos / cuantos hubieron poder. (...)

El pintor Luis Menéndez Pidal representó la escena con vivo realismo, y su obra ganó una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1890.

Halo de misterio

Según el historiador toledano Francisco de Pisa ya desde antiguo a esta imagen del Crucificado le acompañó un halo legendario. Al menos otras dos leyendas circulan sobre el Cristo de la Vega y, aunque los personajes difieren, en todas la imagen de Cristo es puesta por testigo y milagrosamente responde, indicando con su brazo la verdad.

En una, según lo relata el padre Antonio de Quinta dueñas en 1651 en su compendio de los “Santos de la Imperial Ciudad de Toledo”, se trata de un judío que negaba cierta cantidad a un cristiano.

La otra, relatada por Sixto Ramón Parro en su “Toledo en la mano” se refiere a “dos caballeros que sostuvieron  un duelo junto a las tapias de esta ermita, y habiendo caído el que injustamente le provocara, su rival le alzó del suelo y le perdonó la vida, entrándose enseguida (sic) a orar ante el Santo Cristo, que bajó el brazo en señal de aprobación por su noble comportamiento”.

¿Qué mal te hice, en qué te contristé?

De la imagen original del Cristo de la Vega sólo se conserva la cabeza, en el convento de San Antonio. Las tropas napoleónicas destruyeron la basílica y quemaron la imagen.

En septiembre de 1826, la ermita fue reconstruida y el párroco Vicente Vega inauguró la nueva imagen que él mismo había costeado, similar en todo a la pérdida.

Esta segunda imagen fue destrozada en 1936: se encontró diseminada y rota en cuarenta y ocho pedazos y brutalmente golpeada.

Pero si el mal no ceja en el empeño, el bien, tampoco. El Cristo volvió a ser restaurado, esta vez por Bienvenido Villaverde, noble artista toledano e investigador y desde entonces vuelve a procesionar por las estrechas calles de la imperial ciudad, cada Viernes Santo y los siete viernes comprendidos entre la Pascua de Resurrección y Pentecostés en conmemoración de las Siete Palabras que Jesús pronunció en la cruz. Son los famosos “reviernes”.

Saliendo de la catedral, desciende estrechas calles que recuerdan la vía dolorosa. Al llegar a la plaza de Santo Domingo, los caballeros del Cristo Redentor le cantan un miserere. Después, abandonará la ciudad por la Puerta del Cambrón de regreso a su calvario, donde siempre nos espera.

La ermita

Aunque se encuentra fuera del circuito turístico de Toledo, a extramuros, vale la pena visitarla. En las inmediaciones nos encontramos también con los jardines y el monumento al Sagrado Corazón de Jesús, y a unos quinientos metros, los restos arqueológicos del circo romano.

Datos útiles:
– Se puede visitar la Ermita del Cristo de la Vega solicitándolo a los guardeses que viven en la casa aledaña.
Misas sólo las vísperas de fiesta:
Invierno: 18;00h / Verano: 19;00h.
Paseo del Cristo de la Vega, s/n. Toledo.

Para saber más:
- "Historia del Cristo de la Vega - Apuntes históricos" Ventura Leblic García. Edita Hermandad del Cristo de la Vega, Toledo 2006.