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El coro

En el coro

 liturgia es solemne. Subimos con sigilo por una estrecha escalera de madera hasta el coro. Entreabrimos la puerta sin que se perciba nuestra presencia.Frente a un libro de coro, abierto de par en par sobre el facistol, junto al que reposan otros cantorales cerrados, el viejo maestro dirige con autoridad las angelicales voces de los niños. Visten un roquete amplio sobre túnica roja. Siguen con atención las partituras que sostienen en sus manos. Detrás, la voz grave del sacristán, marca el contrapunto. Al fondo, de espaldas, distinguimos el ligero movimiento de la silueta de ese virtuoso Maese Pérez, que da voz y vida propia a los brillantes tubos del órgano.

De frente hacia nosotros, un violonchelo y un contrabajo aúnan sus notas, como brasas en la hoguera, aportando dulzura y calor a la melodía. El hombre del fagot nos mira, sin apartar de sus labios la boquilla. A su lado, impasible, el músico del oboe.

Las tiernas melodías, Villancicos quizá, si se trata de la noche de Navidad, envuelven el ambiente como lo hace el incienso en la nave de la iglesia. El tiempo parece haberse detenido. Los ancianos clérigos que vemos de lado, sentados en las estalas, asisten perdidos en sus pensamientos. Están embebidos por la ternura un tanto lírica de las músicas navideñas, de las que aflora una cierta compasión. Y, en medio de lo festivo… sienten una nota de discreta tristeza, por el frío y la pobreza en que nace el Niño Dios. Discreta tristeza que se proyecta en la cruz que ven alzarse ante sus ojos. He ahí el equilibrio del espíritu católico: ni alegría desenfrenada, ni tristeza desesperada. La vida terminará en muerte, y la muerte terminará en vida.      

Me he recreado en algunos pormenores del cuadro para hacer volar la imaginación, y el recuerdo de otros tiempos –para muchos ya no conocidos– y así sentir más vivamente, por el contraste, el empobrecimiento cultural que viene sufriendo la Iglesia, con la desacralización de su liturgia y la ramplonería de esas musiquitas, sin unción ni gracia, que se canturrean ahora en tantos de nuestros templos.

Vicente Borrás Abellá (Valencia, 1867 - Barcelona, 1945) Pintor y restaurador español que realizó tanto retratos como paisajes, marinas y pinturas de interiores. Fue profesor de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona. Comenzó su formación junto a su padre, el también pintor Vicente Borrás y Mompó. Participó en numerosas muestras y certámenes, obtuvo sendas terceras medallas en las Nacionales de 1890 y 1892, segunda en 1897 por el lienzo titulado ¡Absueltos! y condecoración en la edición de 1895. Asimismo, fue galardonado con segunda medalla en la Exposición Universal de París de 1900. Sus obras se caracterizan por su fuerte luminosidad y vibrante cromatismo.