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El Concilio de Éfeso y la generación humana de Jesucristo

Desde nuestro punto de vista, la doctrina de San Cirilo que resumimos en el artículo anterior y triunfaría en el Concilio de Éfeso (431) viene a confirmar que desde el mismo

momento de la concepción humana de Jesús, milagrosa y excepcional, tiene lugar la Encarnación del Hijo de Dios, quien asume de lleno esa naturaleza humana en su mismísima y única persona (el Verbo). Desde el principio, pues, existe una persona, ciertamente eterna por ser divina, pero ello permite iluminar el caso de toda concepción de un nuevo ser humano: desde su misma concepción, existe una nueva persona, por la acción de Dios Creador que infunde un alma inmortal al cuerpo que los padres engendran.

Ya en el Credo de Nicea, como entendieron bien los Padres conciliares de Éfeso, está supuesto claramente que María es la Madre de Dios; todo lo que se profesa en este Símbolo sobre la segunda Persona de la Trinidad tiene gramaticalmente un solo sujeto: Jesucristo, el Hijo de Dios engendrado antes de todos los siglos, que se hizo hombre; luego Jesucristo es la segunda persona de la Santísima Trinidad, que nace de María, muere y resucita, y, en consecuencia, María es la Madre de este Jesucristo Hijo de Dios y consubstancial al Padre. La definición dogmática aprobada en Éfeso hace afirmaciones importantes: “en el mismo seno materno y virginal se unió [el Verbo] con la carne y sostuvo la generación”; “no dice la Escritura que el Verbo de Dios asumiese una persona humana, sino que se hizo carne […]; que hizo propiamente suyo lo que es nuestro, lo humano; que nació, como hombre, de mujer” y “permaneció Dios incluso al asumir la carne”. El Concilio dice ser ésta “la recta fe” y el pensamiento de los Santos Padres, que “no dudaron en decir que la Santa Virgen es Madre de Dios […] porque de Ella nació aquel cuerpo sagrado, animado con alma racional, unido hipostáticamente al Verbo de Dios, que por esto decimos que nació según la carne”.

Es importante tener en cuenta la clara afirmación que leemos: en Jesucristo hay un hombre completo, con una naturaleza humana completa, esto es, con un cuerpo y un alma humanos, pero unidos a la naturaleza divina en la persona del Verbo (unión hipostática).

Por tanto, dos naturalezas unidas en una única persona, que es divina, y no dos personas (una divina y otra humana) como venía a creer Nestorio. Varios de los doce anatematismos salidos de Éfeso confirman la doctrina expuesta. En el denominado “Edicto de unión” del año 433, es de gran valor la afirmación que se hace cuando, después de confirmar la doctrina de la unión hipostática, se dice que María es verdaderamente Madre de Dios, “por haberse encarnado y hecho hombre el Verbo de Dios, y por haber unido consigo, desde la misma concepción, el templo que de Ella tomó”. Por otro lado, es también muy rico en contenido teológico el canto a la Santísima Virgen proclamado por San Cirilo en Éfeso, en el cual la saluda señalando hechos como que “quiso entrar [el Verbo] como Rey en tu ciudad, en tu seno, y salió cuando le plugo, cerrando por siempre su puerta, porque concebiste sin obra de varón y fue divino tu alumbramiento. ¡Salve, María, templo donde mora Dios, templo santo, como le llama el profeta David! […] ¡Salve, María, morada de la inmensidad, que encerraste en tu seno al Dios inmenso, al Verbo unigénito […]! ¡Salve, María, Madre de Dios […]!” En este canto, al que recuerda mucho el Akathistos, San Cirilo repite con asiduidad el término “Madre de Dios” referido a Santa María.